LA MUJER DEL CÉSAR: HONRADEZ, APARIENCIA Y LA DIGNIDAD QUE SE HA PERDIDO. Por Carlos Garcés.
Hay frases que no envejecen, aunque quienes las escuchan hayan perdido la capacidad de comprenderlas. Una de ellas es aquella que atraviesa los siglos como una sentencia moral inquebrantable:
«La mujer del César no solo debe ser honrada; también debe parecerlo».
No es una frase de adorno; es una advertencia. Un recordatorio de que la dignidad no es una máscara para ponerse o quitarse según convenga, sino un deber exigente y visible.
El Origen del Principio se encuentra en Roma, año 62 a.C. Julio César, Pontífice Máximo, celebraba en su casa las fiestas sagradas de la Bona Dea, ritual reservado exclusivamente a mujeres. Allí estaba su esposa, Pompeya, responsable de custodiar la pureza ceremonial.
Publio Clodio Pulcro, joven ambicioso y sin escrúpulos, se infiltró disfrazado para encontrarla en secreto. Fue descubierto. No hubo pruebas de adulterio, pero sí una sombra, una duda pública que manchaba el honor de César.
Él la repudió. Y explicó por qué:
> «La mujer del César debe estar por encima de toda sospecha.»
Es decir, no basta con ser honrado; hay que serlo y también parecerlo.
El honor no se defiende con excusas, sino con rectitud visible.
Hoy, en cambio, se ha entrado en la época de la no-vergüenza.
Todo se justifica. Todo se relativiza. Todo se excusa.
La sociedad ha dejado de exigir integridad. Se aplaude la mentira bien vestida y se ridiculiza la claridad. Se ha sustituido el honor por la conveniencia, la fidelidad por el capricho y la verdad por la pose.
Por eso esta frase molesta porque obliga a reconocer que la coherencia moral exige sacrificio.
Y vivimos en tiempos donde el sacrificio se evita como una enfermedad.
En el amor —donde uno se entrega sin defensas— la transparencia es aún más decisiva.
La mujer tiene la capacidad de elevar o destruir un vínculo.
Cuando actúa con sinceridad, fortaleza y claridad, la relación es luz. Pero cuando se mueve entre ambigüedades, silencios calculados o verdades partidas, destruye el corazón del hombre que confió en ella. No se exige perfección, sino verdad.
Honradez interior y apariencia exterior coherente. Sin eso, no hay amor, hay teatro.
Yo he aprendido, a veces con dolor, que la honradez no se negocia. En la vida pública, en la amistad y especialmente en el amor, la coherencia sostiene o derrumba una historia. He vivido engaños, sombras y máscaras bien construidas.
Por eso defiendo esta frase sin titubeos: la mujer del César tiene que ser honrada y también parecerlo. Y lo mismo el hombre, por supuesto. Pero hoy hablo de la mujer porque en ella descansa, cuando quiere, la luz o la ruina de un hogar.
Yo no quiero afectos llenos de dudas, ni palabras que dicen una cosa mientras los actos dicen otra. Prefiero la verdad dura a la mentira dulce.
Quien camine a mi lado, que lo haga de pie y mirando de frente.
Porque el honor no es un adorno. Es la columna vertebral de una vida que quiere ser digna.
6 de julio de 2025.

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