LOS POLÍTICOS Y SUS PARTIDOS: LA GRAN ENFERMEDAD DE NUESTRO TIEMPO. Por Carlos Garcés.
Me he levantado hoy con la idea de volver a escribir sobre algo tan claro como doloroso y que no es otra cosa que el gran mal de nuestro tiempo son los políticos, sus partidos y todos aquellos que, una y otra vez, acuden a las urnas a votarles. No hay uno solo que se salve, porque todos, absolutamente todos, están contagiados por la misma enfermedad: crecer, crecer y crecer… pero nunca servir ni velar por el progreso y bienestar de los españoles.
Han convertido la política en un mercado de ambiciones donde ya no importan los ideales ni los proyectos, sino únicamente los votos, las cuotas de poder y los privilegios personales. Ya no defienden nada. No representan nada. No construyen nada. Solo buscan sobrevivir a costa de los demás.
Por eso, Franco —sí, el Generalisimo Franco— tenía más razón que un santo cuando denunció que los partidos políticos eran un instrumento de división, un veneno que fragmentaba la nación, destruía la unidad moral y espiritual de los pueblos prediciendo que serían las ruina de España. Lo que vemos hoy no es democracia, sino una subasta de intereses, una ruleta de miserias donde cada cuatro años los mismos farsantes se cambian de silla y los mismos ingenuos corren a votarlos creyendo que algo cambiará.
Y mientras tanto, el país se hunde.
Los políticos viven como reyes, sus amigos como cortesanos, y el pueblo, ese pueblo que una vez fue digno, se arrastra como una masa de borregos agradecidos por sus propias cadenas. Se les roba, se les miente, se les envenena el cuerpo, alma y la mente, se les enferma por tierra, mar, aire y se les asesina y aun así aplauden, votan y obedecen.
Desde aquel 14 de marzo de 2020, fecha maldita que marcó el comienzo del control absoluto y de la implementación a la descarada de la actividad y genocida AGENDA 2030, España dejó de tener la poca libertad que le quedaba.
Desde entonces, los políticos legislan contra la vida, contra la verdad y contra Dios mismo. Y lo hacen a diario desde todos los rincones de España, con la complicidad de una sociedad cobarde que ha renunciado a luchar incluso por su propia supervivencia.
Los políticos, sus partidos y sus votantes no son el reflejo de la democracia sino que son su caricatura, su farsa, su tumba.
Han vaciado de contenido la palabra “pueblo”, han prostituido el término “libertad” y han convertido el bien común en un eslogan publicitario.
Por eso deben desaparecer. No reformarse. No cambiar de siglas. DESAPARECER.
Porque mientras existan políticos, partidos y votantes ciegos que los sostienen, no existirá España.
Existirán grupos, bandos, tribus aparentemente enfrentadas, intereses personales y mucho circo y comedia, pero no una nación.
Y cuando una nación se rompe, no por invasión externa sino por corrupción interna, entonces ya no queda nada que defender.
Vivimos entre traidores que se visten de patriotas y criminales que se hacen llamar demócratas.
Y sin embargo, el rebaño sigue votando. Sigue confiando. Sigue obedeciendo.
El 99,5% de los ciudadanos son ya cómplices, porque callar es consentir, votar es sostener el engaño, y consentir es rendirse.
Quizás un día, cuando todo esté perdido, alguien mire atrás y entienda que la verdadera libertad no estaba en elegir entre siglas podridas ni entre políticos corruptos, sino en no necesitar ninguno de ellos.
Porque la dignidad de un pueblo empieza el día en que deja de arrodillarse ante los políticos, sus partidos y sus urnas, y vuelve a ponerse de pie ante la verdad rebelándose y desobedeciendo.
Y de todo esto, me di cuenta hace ya ocho años, durante mi breve paso por la política de la mano de VOX, cuando pude ver desde dentro la podredumbre, la mentira y la vanidad que se esconden tras los discursos huecos. Fue entonces cuando comprendí que los partidos, y quienes viven de ellos, no son la solución; son el problema mismo.

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