EL CONDE DRÁCULA ROMPE SU SILENCIO EN SITGES. Entrevista exclusiva de Carlos Garcés.

 



EL CONDE DRÁCULA ROMPE SU SILENCIO EN SITGES. Entrevista exclusiva de Carlos Garcés. (Desde el Hotel Meliá, entre el aroma a vino y el hedor de la política podrida).


Cada año, cuando Sitges se viste de niebla, murciélagos y alfombras rojas, me gusta recorrer los pasillos del Hotel Meliá, ese laberinto de glamour, sombras y mitos, con la ilusión intacta de un chaval que ama el cine fantástico desde siempre. El Festival Internacional de Cine de Sitges cumple su 58ª edición, y allí estoy de nuevo, rodeado de directores, actores, monstruos entrañables y críticos con pinta de haber dormido en un ataúd.

Y hablando de ataúdes… la noche del pasado lunes ocurrió algo que jamás olvidaré.

Caminaba tranquilamente por el pasillo del hotel, estaca en mano (por si acaso), una ristra de ajos colgando discretamente del bolsillo de la chaqueta y un pequeño crucifijo que me acompaña desde los tiempos en que todavía quedaba algo de luz en este país. De repente, lo vi.

Sí, era el mismísimo Conde Drácula.

Por un instante creí estar soñando. La penumbra del pasillo, el reflejo rojizo de las luces del festival… todo parecía una escena de cine. Pero era él, sin duda alguna: el Conde en persona, mi viejo amigo de otras noches y otras sombras.

Su figura seguía erguida, majestuosa, envuelta en esa elegancia antigua que ni el tiempo ni la muerte han logrado empañar. Y cuando nuestras miradas se cruzaron, algo vibró en el aire: el reconocimiento, la complicidad, la memoria compartida de quienes se han visto en muchos inviernos, aunque en mundos distintos.

Nos acercamos lentamente, como si el tiempo se hubiera detenido entre los pasos. Y cuando por fin estuvimos frente a frente, no hizo falta decir nada: nos fundimos en un abrazo sincero, prolongado, de esos que borran distancias y resucitan recuerdos.

Era como si la eternidad nos concediera un breve respiro para reencontrarnos en medio del bullicio de Sitges.

Le tengo un enorme afecto desde hace años, aunque confieso que me sobresaltó verlo tan rejuvenecido. Lo último que supe de él fue que había muerto de hambre en su última visita a España hace unos años: vino a alimentarse, pero se encontró con que la sangre de los españoles ya estaba chupada por la casta política e institucional. En aquellas circunstancias, ni un vampiro tan ilustre pudo sobrevivir.

—¡Conde! —exclamé, sorprendido—. ¡Pero si usted estaba muerto!

—Mi querido Carlos —me respondió con su inconfundible acento transilvano y una reverencia elegante—, los vampiros nunca morimos del todo… y menos cuando hay festivales de cine con tanto sabor a eternidad.

Nos reímos. Me invitó a cenar algo ligero y a compartir una copa de vino en la terraza del hotel, bajo la luna plateada de Sitges. La brisa del Mediterráneo acariciaba las copas mientras, entre sorbos y confidencias, revivíamos viejos tiempos y nuevas ironías. Fue un reencuentro cálido, casi fraternal, donde la noche se detuvo para escuchar.

Y así comenzó nuestra charla.

Carlos Garcés: —¿Qué le trae por España, Conde? Pensaba que había muerto la última vez que vino hace unos años a chupar la sangre a los españoles… pero me dicen que ya se la habían chupado los políticos.

Conde Drácula: —(Sonríe con gesto cansado.) Mi estimado Carlos, yo no he venido a chupar sangre… he venido a buscarla. Hace siglos que no encuentro una gota que valga la pena. Y sí, tiene razón: los políticos me han dejado sin materia prima. Han hecho un trabajo tan minucioso que ni siquiera necesito salir de noche. Ellos lo hacen a plena luz del día, y el pueblo, encantado, les ofrece el cuello.

Carlos Garcés: —¿Qué opina en general de la situación política y social española y de los españoles?

Conde Drácula: —España siempre me fascinó por su alma, por su fuego, por esa mezcla de locura y nobleza. Pero ahora veo un país hipnotizado. No por mi mirada, sino por las pantallas. Los españoles ya no viven: desplazan el dedo. Y mientras deslizan, se les escapa la sangre, la voluntad y hasta la conciencia. La política aquí es como una orgía de vampiros que se chupan entre ellos… y el pueblo aplaude pensando que es democracia.

Carlos Garcés: —¿Cómo ve usted la sangre de los españoles, si todavía circula por sus venas?

Conde Drácula: —(Ríe con ironía.) Circula, pero despacio… como un río que se ha secado y sólo deja charcos. La sangre española fue una vez ardiente, valiente, rebelde. Hoy es tibia, diluida en cobardía, miedo y sumisión. No me alimenta, querido amigo. Yo necesito sangre con principios, no con excusas.

Carlos Garcés: —¿Qué opina sobre las llamadas “ciudades de quince minutos”?

Conde Drácula: —Una idea maravillosa… si la propusiera un poeta. Pero cuando la propone un burócrata del Nuevo Orden Mundial, huele a prisión. Quieren convertir la vida en una jaula ecológica donde el ciudadano crea que es libre porque tiene una bicicleta. A mí me gusta la oscuridad, pero no el encierro. Y lo que preparan es un encierro con sonrisa digital.

Carlos Garcés: —¿Qué opina sobre la restricción de vehículos y de personas por ciudades y pueblos?

Conde Drácula: —Lo llaman sostenibilidad, pero es control. En mi época, yo sólo necesitaba una carreta y la noche. Ahora quieren saber hasta cuántas veces respiras. No les importa el planeta, les importas tú: tus movimientos, tus hábitos, tus miedos. El aire no será más limpio, pero el control será absoluto.

Carlos Garcés: —¿Qué opinión tiene de las antenas 5G y de las cámaras de control facial por todos los rincones de pueblos y ciudades?

Conde Drácula: —Ah, las nuevas cruces modernas… esas torres brillantes que sustituyen a los templos. Dicen que sirven para comunicar, pero en realidad sirven para vigilar. Antes, para atrapar a un vampiro hacía falta una estaca; ahora basta con un algoritmo. Y esas cámaras, amigo mío, no sólo ven tu rostro: también registran tu alma… o lo que quede de ella.

Carlos Garcés: —¿Y sobre las barbaridades del aborto y de la eutanasia?

Conde Drácula: —Es la inversión total de la vida. Yo soy inmortal, pero respeto la vida. Ellos, siendo mortales, la desprecian. Hablan de “derechos” para matar al inocente y “dignidad” para eliminar al anciano. Lo llaman progreso, pero es simple barbarie. Ni yo, que vivo de la sangre, me atrevería a tanto.

Carlos Garcés: —¿Qué opinión le merecen los lavados de cerebro a los niños con las leyes LGTB y demás aberraciones ideológicas.

Conde Drácula: —Eso ya no es lavado, es disolución. Les están robando el alma antes de que aprendan a pensar. Yo he visto muchos horrores, pero ninguno tan refinado: un niño confundido es un adulto sin raíces, y un pueblo sin raíces es un banquete perfecto para los vampiros del poder.

Carlos Garcés: —¿Y qué piensa de la comida basura y esas nuevas harinas de grillo?

Conde Drácula: —(Frunce el ceño.) ¡Por todos los murciélagos de Transilvania! Yo, que he probado la sangre de reyes y campesinos, no podría tragar eso ni por penitencia. El cuerpo humano necesita pureza, no insectos triturados. Pero claro, cuanto peor coman, más dóciles serán. El hambre espiritual siempre empieza en el estómago.

Carlos Garcés: —Conde, permítame una pregunta algo terrenal. En los últimos años se habla mucho de los chemtrails, esas estelas que algunos consideran simples rastros de condensación y otros aseguran que son sustancias que nos lanzan desde el cielo para manipular el clima, la salud o incluso la mente. ¿Qué opinión le merece todo esto?

Conde Drácula: —Ah, querido Carlos... vosotros los humanos os habéis vuelto expertos en envenenaros sin necesidad de vampiros. No dudo que algo de verdad haya tras esas nubes sospechosas. Durante siglos he visto cómo el poder experimenta con los pueblos disfrazando el crimen de progreso. Antes eran pociones, hoy son aerosoles. Me temo que la niebla que cubre vuestros cielos es menos natural de lo que os cuentan. Pero, créeme, lo más tóxico no cae del aire… sino de las pantallas y los discursos oficiales.

Carlos Garcés: —Conde, si me lo permite, quisiera preguntarle por los partidos políticos. ¿Cree usted que existe en España algún partido capaz de resolver los problemas reales del país, alejado de la llamada AGENDA 2030?

Conde Drácula: —(sonríe con un deje irónico) Carlos, llevo siglos observando a los hombres que juran cambiar el mundo y terminan alimentándose de él. No, no hay partido que escape a esa maldición. Todos sirven a la misma sombra, aunque vistan colores distintos. La AGENDA 2030 no es un programa, es un hechizo. Y los políticos de hoy… son sus siervos voluntarios. Si algún día aparece alguien dispuesto a romper esa cadena, no necesitará votos, bastará con que despierte conciencias. Pero de esos, amigo mío, ya no quedan ni en Transilvania.

Carlos Garcés: —¿Cómo ve el transhumanismo que se está produciendo, creando seres sin alma con las nuevas tecnologías y la robotización de la sociedad? ¿Cómo se lleva con esos seres sin alma?

Conde Drácula: —No me llevo con ellos, me dan miedo. Y eso que yo soy el monstruo. He visto muchas criaturas en mi vida, pero nunca tantas sin chispa, sin emoción, sin mirada. Son cuerpos funcionales, pero sin alma. Si el alma desaparece, el vampiro también muere, porque ya no queda nada que chupar. Lo que están creando no son humanos: son recipientes vacíos con Wi-Fi.

Carlos Garcés: —¿Y qué les diría, Conde, a aquellos que le critican porque chupa la sangre a la gente?

Conde Drácula: —(Ríe con un deje de melancolía.) Querido amigo, los que me acusan de eso deberían mirarse al espejo… si es que todavía se reflejan. Yo, al menos, chupo sangre de cuerpos vivos; ellos la chupan de almas dormidas. No lo hago por poder ni por dinero, sino por supervivencia, y, créame, tengo más compasión por mis víctimas que muchos de sus políticos por los suyos.

Además, yo siempre he pedido permiso, aunque fuera con la mirada. Ellos no: te sonríen, te prometen vida eterna en la urna… y luego te desangran poco a poco con impuestos, mentiras y falsas esperanzas. Si ser vampiro es eso, entonces España está llena de Dráculas… y yo soy el único que da la cara.

Carlos Garcés: —¿Quiere añadir algo a todo lo dicho o hacer una reflexión final a los españoles sobre la criminal y genocida AGENDA 2030, Conde?

Conde Drácula: —Sí, y te lo diré sin rodeos. Esa AGENDA es el mayor engaño de la historia moderna: promete salvar el mundo mientras lo vacía de humanidad. No quieren un planeta verde, quieren un planeta sin personas libres.

Y recuerda esto, amigo mío: los verdaderos vampiros ya no vuelan de noche ni temen al ajo… trabajan de día, visten de traje y hablan de sostenibilidad. Pero hay algo que nunca podrán lograr: chupar la sangre de quien todavía tiene alma y dignidad. Que no les falte eso, porque cuando se pierde, ni siquiera yo puedo devolverla.

Le agradecí sinceramente el tiempo que me había concedido, su franqueza y, sobre todo, la complicidad de tantos años. Entre nosotros no hacían falta máscaras ni apariencias; bastaba una mirada para comprendernos. Nos levantamos de la mesa cuando la luna, cómplice y plateada, reinaba en el cielo de Sitges. El Conde Drácula, fiel a su estilo de otra época, se incorporó con una cortesía que ya no se enseña y me dio un abrazo —de esos que no se olvidan—, cálido en el alma aunque su cuerpo careciera de pulso.

Durante unos segundos, ambos guardamos silencio. En su mirada, encendida por siglos de sombras, percibí una emoción antigua, una mezcla de ternura y eternidad, como si el tiempo se hubiese detenido a nuestro alrededor.

—Carlos —me dijo con voz grave, serena y sorprendentemente humana—, he seguido tu cruzada con atención. Lo tuyo es admirable. Has aprendido a desafiar al poder sin necesidad de colmillos. No todos los hombres logran eso.

Me quedé sin palabras. No todos los días un mito inmortal te reconoce como igual.

—Gracias, viejo amigo —alcancé a decir—. Tú también sigues siendo un símbolo. Mientras quede alguien que recuerde tu historia, la oscuridad no será completa.

Drácula sonrió. Una sonrisa leve, de esas que nacen entre la ironía, la sabiduría y una melancolía casi dulce.

—No lo olvides, Carlos —susurró antes de marcharse hacia la oscuridad—, hoy los vampiros no tenemos que morder. Los españoles ofrecen el cuello... encantados.

Lo vi alejarse por el pasillo del Meliá, entre productores sin alma y políticos disfrazados de mecenas culturales. Afuera, Sitges seguía en fiesta; dentro, el eco de sus palabras me acompañaba como una vieja melodía que se resiste a morir.

> “España ya no necesita vampiros. Ya se los fabrica sola.”

Me quedé un rato mirando la puerta por donde había desaparecido, con la sensación de haber despedido a un amigo de verdad. Y pensé que, quizás, los monstruos más nobles no son los que habitan las películas, sino aquellos que conservan su dignidad en medio de la decadencia.

La noche, mientras tanto, seguía viva.

Y yo, entre luces, sombras y recuerdos, comprendí que hasta los vampiros —los auténticos— pueden tener alma.

O, al menos, más alma que muchos de los vivos que hoy gobiernan el mundo.


Carlos Garcés.
15 de octubre de 2025.













"SENATOR". Carlos Garcés.

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