POR QUÉ LA VIDA SOCIAL ES HOY UNA TORTURA Y CÓMO LA SOCIEDAD NOS EMPUJA A ELLA. Por Carlos Garcés.



POR QUÉ LA VIDA SOCIAL ES HOY UNA TORTURA  Y CÓMO LA SOCIEDAD NOS EMPUJA A ELLA. Por Carlos Garcés.

He visto este vídeo de YouTube titulado “Por Qué La Vida Social Parece Una Tortura Psicológica Hoy” y lo recomiendo encarecidamente a todos: merece ser visto con calma. Porque no es un simple análisis psicológico, sino un reflejo brutal de lo que estamos viviendo.

Y lo digo desde la convicción de que, si no abandonamos las cadenas de las nuevas tecnologías, si no dejamos de someternos a la transhumanización y a la robotización que nos deshumaniza, jamás podremos salir de este infierno social. Tenemos que recuperar nuestra condición de hombres y mujeres libres, de Seres Humanos verdaderos, y no de máquinas obedientes a un sistema que nos manipula y nos exprime.

1. La exposición constante como tormento.

Hace pocas décadas, tener una vida social implicaba encuentros cara a cara, conversaciones reales, grados de discreción. Hoy, la vida social pasa por pantallas, perfiles, likes, publicaciones. Somos exhibidos, juzgados, comparados.

Cada comentario, cada “me gusta” o su ausencia, cada fotografía “bien escogida” alimenta la sensación de estar permanentemente bajo escrutinio. Esa exposición conduce al desgaste: la persona ya no se relaciona con otros seres humanos, sino con versiones de sí misma, evaluadas.

2. La presión del rendimiento social.

Ser social hoy no basta: tienes que destacar, tienes que “dar la talla”. Las expectativas son abrumadoras: ser feliz, exitoso, carismático, interesante, tener grupos numerosísimos de amigos, viajar, lucir. La vida social no solo es relación: es performance.

Quienes no cumplen ese guion se sienten defectuosos, fuera de sitio. Se enferman de inseguridad. Y muchos optan por callar, retraerse, fingir. Porque el precio de no ser “suficientemente social” es la vergüenza, la invisibilidad.

3. Relaciones superficiales y vacías.

En ese contexto, las relaciones profundas se marchitan. Conversaciones verdaderas —donde no importa la apariencia, el ranking social, el postureo— se vuelven raras. La mayoría de interacciones sociales se reducen a gestos mínimos: likes, comentarios breves, saludos neutros.

La tortura no está en la compañía, sino en la soledad disfrazada de multitud. Estar acompañado pero aislado, conectado pero sin alma, es el nuevo silencio brutal.

4. El aislamiento como castigo social.

Quienes se resisten, quienes se retiran, quienes no quieren exhibirse, quienes rechazan ese “juego social” sufren un castigo: invisibilidad, marginación. No por actos malvados, sino por no cumplir el guion.

La vida social se convierte en un sistema de control: te obliga a participar, a dar señales de vida, a no desaparecer. Porque desaparecer duele.

5. Alienación del yo auténtico.

Cuando vivimos para cumplir expectativas sociales, adaptarnos a estándares, mostrarnos como queremos que nos vean, corremos el riesgo de perdernos. El “yo” se fragmenta entre lo que somos y lo que mostramos.

La tortura radica en ese divorcio permanente: no reconocerse al mirarse en el espejo digital o en la mirada ajena.

6. El sistema se beneficia del tormento.

Este malestar individual no es exclusivamente psicológico: tiene beneficios sociales, económicos. Nos vuelven consumidores constantes (de redes, de contenido, de entretenimiento). Nos fragmentan para que no organicemos solidariamente. Nos hacen vulnerables emocionalmente para que compremos fórmulas fáciles (autoayuda, medicinas, distracciones).

La sociedad contemporánea, en gran medida, está diseñada para explotar esa necesidad de “vida social” como motor de consumo, de manipulación, de control.

Conclusión: un llamado a la revuelta íntima

Si la vida social se ha vuelto tortuosa, no es culpa de las redes ni del smartphone: es culpa de un sistema que no respeta el interior humano. Recuperar la vida social digna exige:

Menos exposición, más intimidad: cultivar relaciones reales, profundas, donde no importen los likes.

Rechazar el guion del rendimiento social: tener derecho a no estar “siempre activo”, al retiro, a la calma.

Reconectar con uno mismo y perder el miedo a desaparecer: el ego necesita descanso.

Solidaridad silenciosa: construir espacios comunes, no públicos; encuentros sin espectáculo.


Que la tortura social se convierta en revuelta interior. Que el silencio sea un acto de resistencia. Que la sociedad enferma se encuentre con hombres y mujeres que no acepten ese guion impuesto.

Carlos Garcés.
30 de septiembre de 2025.










"SENATOR". Carlos Garcés.

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