En este país, donde sobra charlatán y falta valentía, la gente ha perdido algo básico: la diferencia entre opinar y afirmar. Y esa confusión no es inocente; es el truco perfecto para enterrar la verdad bajo una montaña de “me parece” y “quizá”.
Opinar es moverse en el terreno blando de lo subjetivo: “Creo que…”, “Me parece…”, “En mi opinión…”. Es hablar sin comprometerse, sin jugársela, sin poner pruebas sobre la mesa. La opinión es humo: cambia con el viento y se disuelve en cuanto aparece un hecho sólido que la contradiga.
Afirmar, en cambio, es poner la verdad sobre la mesa y sostenerla, cueste lo que cueste. No es “creo”, es “sé”. No es “quizá”, es “así es, y aquí están las pruebas”. Afirmar exige valentía porque te obliga a plantarte, a señalar con el dedo a quien hay que señalar y a no retroceder ni un paso. Afirmar no vive de gustos ni de percepciones: vive de datos, hechos y realidades que están ahí para quien quiera abrir los ojos.
Yo no escribo para “opinar”. No gasto mi tiempo en señalar a partidos políticos, instituciones y cómplices de esta AGENDA criminal para luego esconderme en un “me parece”. YO AFIRMO. Y lo afirmo porque puedo demostrarlo. Cada vez que denuncio a esta clase política criminal, cada vez que nombro a las instituciones del Estado como parte de la farsa, lo hago con base en leyes, declaraciones, actuaciones y pruebas que cualquiera puede comprobar.
Y aquí está el problema. Quienes solo opinan sin pruebas, aunque se crean “críticos”, en realidad perjudican la verdad. Porque al poner en el mismo saco una afirmación demostrada y una opinión cualquiera, diluyen la fuerza del hecho. Esa confusión le viene de maravilla al poder, que quiere que todo sea cuestión de “puntos de vista” para que nadie actúe.
Pero afirmar sin pruebas es una irresponsabilidad y una traición a la verdad. Es mentir disfrazándose de certeza, engañar deliberadamente a quien escucha y empobrecer el debate público. No es más que cobardía intelectual y manipulación descarada, una vileza que degrada cualquier discurso serio.
Por eso, cuando el hecho es claro y las pruebas son irrefutables, no hay que opinar, hay que afirmar. Y afirmar significa rebelarse y desobedecer contra todo lo que es mentira, manipulación y sometimiento. No se trata de resistir en silencio, sino de romperles el guion, de no cumplir sus órdenes y de decir la verdad aunque moleste.
Opinar sin hechos es cómodo. Afirmar con pruebas es incómodo, pero es lo único que vale. Los primeros llenan tertulias y redes sociales; los segundos ponen nerviosos a los que mandan. Yo estoy, y seguiré estando, en el segundo grupo. Y si hay algo que no puedo demostrar, me callo.
Porque llevo años afirmando lo que otros ni siquiera se atrevieron a pensar, cuando decirlo tenía un coste real. Y seguiré haciéndolo, aunque a muchos les incomode y a otros les duela. Porque LA VERDAD NO ES CUESTIÓN DE OPINIONES, ES CUESTIÓN DE HECHOS.

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