Hace más de cinco años que tomé una decisión radical y liberadora: dejar de ver la televisión. No me refiero al cine o a los documentales de calidad (en canales "no oficiales" donde no hay anuncios), que siguen siendo espacios de disfrute y aprendizaje, sino a los noticiarios, tertulias, debates y, en general, a toda esa maquinaria mediática que solo pretende condicionar la mente de la sociedad. La claridad de ideas y la firmeza de principios requieren una higiene mental, y esta empieza por no permitir que la propaganda diaria, disfrazada de información, intoxique nuestro pensamiento.
Ahora bien, conviene subrayar que la lucidez empieza de verdad cuando uno apaga la televisión. Pero apagarla no significa solo pulsar un botón. Hay quienes presumen de no verla y, sin embargo, repiten y comentan lo que se ha dicho en sus pantallas. Eso no es apagar la televisión. También ocurre con los diarios digitales y con las noticias que circulan en internet; leerlas, comentarlas o dejarse arrastrar por ellas equivale a seguir conectado a la misma rueda de manipulación. La verdadera libertad exige un desprendimiento real, una ruptura total con esos mecanismos que, aunque disfrazados de pluralidad, responden siempre a los mismos intereses.
He comprobado en carne propia que el verdadero camino hacia la serenidad intelectual y la coherencia moral está en dos pilares esenciales. El primero, como ya dije, es alejarse de los medios de comunicación masivos, donde el ruido constante impide distinguir lo esencial de lo accesorio. El segundo, quizá más importante todavía, es la elección rigurosa de las personas que uno permite entrar en su vida. La compañía define, influye, moldea. Si uno se rodea de personas sin valores, de espíritus acomodados o vendidos a las corrientes del momento, inevitablemente se debilita.
Mi posición frente a la criminal y genocida AGENDA 2030, esa imposición global que pretende uniformar conciencias, borrar tradiciones, transhumanizar y someter y eliminar a la mayor parte de la población mundial, no es una simple opinión política. Es un compromiso vital. Mantenerme firme contra ella exige disciplina, convicción y, sobre todo, una visión clara que no se deje contaminar por la manipulación mediática. Yo he elegido la rebeldía serena que no es otra que la de quien guarda sus principios como un tesoro que no puede ser comprado ni erosionado por el ruido del mundo.
Hoy, con los años y la experiencia a cuestas, puedo afirmar que el silencio elegido vale infinitamente más que la avalancha de palabras vacías que cada día ofrecen las pantallas y los medios. La claridad de ideas no se encuentra en los titulares, sino en la fidelidad a uno mismo. Y la libertad comienza, precisamente, el día en que uno apaga, de verdad, la televisión.
3 de septiembre de 2025.

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