CUANDO DEFENDER LA DIGNIDAD SE LLAMA RADICALISMO. Por Carlos Garcés.
A lo largo de mi vida me han dicho muchas veces que soy radical, intolerante o demasiado crítico. ¿El motivo? Muy simple: como he dicho muchas veces, me niego a rebajar mis principios, no negocio mis valores y no bajo el nivel de exigencia que me impongo a mí mismo y que reclamo también de la sociedad.
Vivimos tiempos blandos, de mantequilla. Todo se diluye, todo se relativiza. Se nos dice que todos son buenos, que no hay que juzgar, que todo vale lo mismo. Y en ese mar de tibieza, el que se atreve a distinguir entre el bien y el mal, el que no pone al mismo nivel la verdad y la mentira, inmediatamente es señalado como un radical.
Pero radical es aquel que renuncia a la verdad para adaptarse a la mentira.
Radical es quien pacta con la injusticia para no parecer duro.
Radical es quien calla frente al mal para ser aceptado en la comodidad de la masa.
Radical es quien vende sus principios por un plato de lentejas políticas.
Radical es quien traiciona a sus amigos para conservar un cargo.
Radical es quien confunde neutralidad con cobardía.
Radical es quien acepta la corrupción como si fuera normal.
Radical es quien aplaude la mediocridad porque le incomoda la excelencia.
Radical es quien se disfraza de tolerante para justificar lo injustificable.
Radical es quien se esconde en el relativismo para no enfrentarse a la verdad.
Quiero aclarar algo importante. Cuando en ocasiones he afirmado que mis opiniones se han radicalizado en los últimos años, no me refería a traicionar mis principios, sino a endurecer mi criterio y mantenerme firme frente a la mentira, la traición y la mediocridad. Mi radicalización es, por tanto, ética y coherente, consecuencia de la defensa de valores que no estoy dispuesto a negociar.
Yo lo tengo claro, PREFIERO SER ACUSADO DE RADICAL POR MANTENERME EN PIE, QUE SER APLAUDIDO COMO TOLERANTE POR VIVIR DE RODILLAS.
25 de septiembre de 2025.

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