VOTAR HOY ES SOMETERSE Y DAR LA COARTADA PERFECTA A UNA CASTA POLÍTICA CRIMINAL. Por Carlos Garcés.
Vivimos en una democracia enferma de impostura, donde quienes votan sostienen, con su papeleta, todo tipo de abusos, corrupciones y atropellos. Cada elección se convierte en un salvoconducto para que nada cambie. Nos dicen que con un 70% de participación electoral todo está legitimado. Nos repiten que mientras haya urnas, hay democracia. Y eso es falso.
Porque el voto no limpia la corrupción, la perpetúa. No castiga al corrupto, lo protege. No frena el atropello, lo avala.
La corrupción de un partido político no desaparece porque gane elecciones, y el sistema político-institucional español no deja de ser un engranaje contra el ciudadano solo porque millones acudan dócilmente a votar.
Ese 70% de participación, tan celebrado por quienes viven del sistema, no es un triunfo democrático: es la prueba de que una mayoría respalda, consciente o inconscientemente, un régimen que humilla al disidente, somete al que piensa diferente y coloniza las instituciones públicas con intereses privados y mediocridad.
Votar hoy es entregar la conciencia. Votar es aplaudir al poder. Votar es arrodillarse. Votar es obedecer.
España está atrapada en un régimen de partidos donde la alternancia es rutina, la política negocio y el Estado botín. Y son los votantes quienes, cada cuatro años, renuevan este contrato de sumisión. Cambian los gobiernos, pero se perpetúa la misma lógica: la casta institucional vive de espaldas al pueblo y contra el pueblo, porque sabe que, pase lo que pase, volverán a votarles.
Porque no es legítimo un sistema donde:
La corrupción se maquilla con siglas nuevas.
El poder judicial responde a cuotas partidistas.
La prensa es rehén de subvenciones y silencios.
El ciudadano solo existe como voto y no como voz.
El aparato del Estado protege a los suyos y castiga a los incómodos.
¿Y todo esto se justifica porque se vota cada cuatro años? ¿Eso es democracia? No. Eso es simulacro. Eso es farsa.
La verdadera legitimidad no nace del número de papeletas en una urna, sino del respeto absoluto a la dignidad del ser humano. Y ahí es donde esta casta —y quienes la sostienen con su voto— han fracasado rotundamente.
Una democracia real no pisotea al débil, no persigue al que denuncia, no miente sistemáticamente al ciudadano, no negocia en los despachos lo que promete en campaña, no convierte la ley en escudo de los poderosos y látigo de los humildes.
A quienes votáis, año tras año, perpetuando este engaño:
No habléis de democracia si vuestro voto legitima el desprecio al pueblo.
No invoquéis la Constitución si vuestro voto respalda a quienes la violan.
No os escudéis en las urnas para justificar el abuso.
No habléis en nombre de todos: vuestro voto no me representa.
España no necesita más votantes resignados. Necesita dignidad, justicia, verdad. Y, sobre todo, necesita que dejemos de disfrazar de participación lo que no es más que sumisión.
Porque votar hoy es sostener a los que nos oprimen.
24 de agosto de 2025.


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