CUANDO AMAR ES MORIR DESPACIO. EL DESENCANTO DEL HOMBRE CONTEMPORÁNEO. Por Carlos Garcés.








CUANDO AMAR ES MORIR DESPACIO. EL DESENCANTO DEL HOMBRE CONTEMPORÁNEO. Por Carlos Garcés.


A lo largo de las últimas semanas, mi bandeja de entrada se ha llenado con una serie de videos sobre las relaciones hombre mujer que me han hecho detenerme y pensar. Hoy quiero recopilarlos en este escrito y compartir algunas reflexiones inspiradas en esos mensajes.

Hubo un tiempo, no tan lejano, en que el amor era algo sagrado. Una promesa silenciosa entre dos Seres Humanos dispuestos a sostenerse en la enfermedad, la vejez, la derrota o el vacío. Hubo un tiempo en que un hombre, al construir un hogar, no solo levantaba paredes de ladrillo, sino también certezas, raíces y un futuro. Ese tiempo ha muerto. Y con él, la voluntad de muchos hombres… y también de muchas mujeres.

Porque sí, hoy ni el hombre ni la mujer quieren casarse. Por motivos distintos, por heridas diferentes, pero con un desencanto común, el del fracaso de una sociedad que ha dinamitado el amor estable, el compromiso firme, la entrega que perdura más allá de las emociones.

Hoy, el hombre no quiere casarse porque ya ha visto demasiado. Ha visto cómo se premia a quien huye, cómo se aplaude a quien cambia de pareja como quien cambia de móvil, y cómo se desprecia al que insiste en cuidar, proteger, edificar. Ha visto cómo la fidelidad es ridiculizada, cómo la masculinidad es criminalizada, y cómo la mujer que un día le juró eternidad le cambia por una promesa de emociones más “intensas”. Más “auténticas”. Más “libres”.

¿Para qué casarse si el amor ya no es un compromiso sino una cláusula con fecha de caducidad?

Hoy, los hombres no quieren casarse porque saben que, por más que se partan la espalda trabajando, por más que regalen lo mejor de sí, por más que sacrifiquen años, sueños, salud y juventud por construir un hogar, ese esfuerzo puede acabar hecho trizas con un simple “ya no te amo”. No porque haya violencia. No porque haya traición. No porque haya desinterés. Sino simplemente porque ya no se “siente lo mismo”. Porque ya no es “emocionante”. Porque “algo ha cambiado”. Porque, como repite la ideología dominante, asumida por todo el mundo de toda condición social, tienes derecho a ser feliz. A costa de quien sea. A costa de lo que sea.

Pero no nos engañemos. La mujer tampoco quiere casarse. No solo porque desconfía del hombre, sino porque también ha sido educada para sospechar del amor duradero, para desconfiar del compromiso como si fuera una cárcel, para creer que el matrimonio es un obstáculo para su libertad o su realización personal. Muchas mujeres hoy no buscan construir, sino experimentar. No buscan amar para siempre, sino sentir algo intenso, nuevo, diferente. Y cuando eso se apaga, como siempre se apaga en toda relación humana real, la consigna es salir corriendo, empezar de nuevo… y dejar atrás ruinas.

Y cuando el hombre es dejado, humillado, sustituido, ninguneado, se le exige además que calle, que pague, que sonría. Se le niega el derecho al duelo. Se le exige madurez mientras lo aplastan legal y socialmente. Y si se atreve a protestar, es un machista. Un retrógrado. Un peligro público.

Hoy los hombres no quieren casarse porque se ha dinamitado la base misma del amor verdadero, la permanencia, la entrega, la lealtad incluso cuando la emoción se apaga. Porque lo que hoy se vende como amor no es más que deseo maquillado, interés emocional disfrazado de compromiso, y conveniencia sentimental envuelta en la bandera de la libertad individual.

Y lo que más duele, lo que más hiere, es que muchos hombres ya ni siquiera se atreven a amar de verdad, porque han aprendido, a la fuerza, que amar en serio puede ser el camino más corto hacia el desprecio, la soledad y la ruina emocional y de todo tipo.

Y muchas mujeres, aunque no lo digan,  también están heridas.

Cada vez son menos los hombres y mujeres dispuestos a casarse. No porque carezcan de deseo de amar o ser amados, sino porque durante décadas se ha promovido la idea de que las mujeres no necesitan un hombre para vivir, se les ha inculcado una falsa independencia que muchas veces acaba aislándolas y generando desconfianza hacia las relaciones duraderas. 

Todo ello, como llevo años diciendo, sumado a la robotización de la sociedad, sirve para intensificar ese aislamiento. De este modo, se ha creado una población cada vez más dependiente de la tecnología y menos conectada socialmente, menos humana, facilitando así su control y esclavización.

Y cuando eso sucede, no es que seamos más libres, sino es que estamos más solos que nunca en una sociedad sin futuro alguno.

Carlos Garcés.
10 de agosto de 2025.










"SENATOR". Carlos Garcés.

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