UN HOMBRE VALE LO QUE VALE SU PALABRA.
De redes.
"Vivimos tiempos en los que las palabras se gastan rápido, se lanzan sin medida y se olvidan con facilidad. Las promesas se hacen con ligereza y se rompen sin pudor. En este contexto, la frase “un hombre vale lo que vale su palabra” adquiere un peso especial. No es solo un dicho antiguo, sino una verdad profunda que nos interpela sobre la coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos, sobre la dignidad personal, y sobre el sentido ético de vivir.
La palabra como reflejo del carácter:
La palabra no es un simple sonido. Es una expresión de lo que somos. Cuando una persona habla, se expone. Revela sus valores, sus intenciones, su visión del mundo. Pero sobre todo, compromete su identidad. Si su palabra vale, su persona vale. Si miente, si se contradice, si traiciona lo que dice, su figura pierde peso, incluso aunque conserve poder, prestigio o riqueza. La verdadera autoridad moral no reside en el cargo, sino en la integridad de la palabra mantenida.
Confianza y verdad, los cimientos del vínculo humano:
No se puede vivir sin confiar en lo que el otro dice. Desde las relaciones más íntimas hasta las estructuras sociales más complejas, todo se basa en la palabra. Cuando ésta se degrada, la confianza se erosiona, y con ella, la posibilidad misma de construir. Un hombre que cumple su palabra, aunque no sea perfecto, se convierte en alguien digno de respeto. Su sola presencia genera seguridad. Es un punto de apoyo en medio de la incertidumbre.
La coherencia entre decir y hacer:
Hablar es fácil; sostener lo dicho con hechos es otra cosa. Aquí se mide realmente el valor de una persona. ¿Es capaz de actuar conforme a sus palabras, incluso cuando le resulte incómodo o difícil? ¿O solo habla para agradar, para manipular, para escapar? Hay una nobleza profunda en quien se esfuerza por no traicionar su discurso con su conducta. No se trata de ser infalible, sino de ser honesto. De no jugar con la palabra como si fuera un instrumento sin consecuencias.
El legado de la palabra cumplida:
En tiempos no tan lejanos, la palabra dada era suficiente. Un apretón de manos bastaba para cerrar un trato. No se necesitaban cláusulas ni abogados. ¿Por qué? Porque la palabra era ley interior. Hoy parece que todo debe firmarse, grabarse, sellarse… porque hemos perdido la fe en el valor de la palabra. Recuperarlo es una tarea urgente. Ser recordado como alguien cuya palabra valía más que un contrato, como alguien que no necesitaba jurar porque simplemente cumplía, es una forma de dejar huella en el mundo.
Conclusión:
“Un hombre vale lo que vale su palabra” no es una frase vacía ni una reliquia del pasado. Es un principio que puede regenerar nuestra vida personal y colectiva. Frente a la mentira, la manipulación, la demagogia y el relativismo, mantener la palabra es un acto de valentía. Quien lo hace se convierte en un testigo de la verdad, en un constructor de confianza, en un hombre —o mujer— cuya valía no necesita ser explicada, porque se siente y se sabe."

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