La REBELDÍA como deber moral. En Honor a Julio Anguita. Por Carlos Garcés.
He compartido muchas veces, cientos de veces, y hoy lo vuelvo a hacer aquel vídeo, aquel discurso, aquel momento de lucidez que nos regaló mi admirado Julio Anguita cuando habló de la REBELDÍA. Y no me canso. No me canso porque en sus palabras hay VERDAD, hay PROFUNDIDAD, hay VALENTÍA. Y porque me siento identificado hasta la última sílaba.
Anguita dijo con toda claridad algo que el sistema criminal no quiere que se recuerde:
“La rebeldía no es un gesto altisonante, no es una pedrada, no es un insulto… es un grito de la inteligencia y de la voluntad que dice: ‘no me da la gana, me niego a asumir esta podredumbre’.”
¡Qué necesarias son hoy esas palabras!
En este mundo de mantequilla, domesticado, anestesiado, uniformado por la banalidad, tener el coraje de pensar, de disentir, de decir NO, se ha vuelto un acto heroico. Rebelarse no es destrozar escaparates ni gritar como energúmenos en una red social. No. Rebelarse es atreverse a pensar por uno mismo, es no rendirse al dogma, es defender la dignidad incluso cuando nadie te aplaude.
En ese discurso, Anguita, con la serenidad que da la lucidez, se refería a Jesús de Nazaret, el rebelde auténtico, y recordaba aquella frase poderosa del Evangelio:
“No he venido a traer paz, sino la guerra.”
Lo decía un hombre que había creído, y que seguía creyendo en el espíritu de lucha de aquel que se enfrentó a los poderosos, que expulsó a los mercaderes del templo, que se negó a inclinarse ante el Imperio. No por violencia, sino por verdad.
Y Anguita lo entendía así, la rebeldía verdadera nace del alma, pero se expresa con la cabeza alta, con la conciencia clara, con la decisión firme de no transigir.
Hoy, cuando la inmensa mayoría calla, obedece y agacha la cabeza ante todas las barbaridades conocidas y por conocer de la criminal y genocida AGENDA 2030, cuando tantos han cambiado la libertad por comodidad, la rebeldía se ha convertido en una obligación moral.
Porque lo que nos rodea es una podredumbre disfrazada de civilización. Nos quieren sumisos, agradecidos incluso, por las cadenas digitales que nos imponen. Y lo grave no es que nos las pongan, lo grave es que la práctica totalidadd las aceptan con una sonrisa.
Yo no soy de esos. Yo no estoy aquí para aplaudir lo que está podrido ni adaptarme a una sociedad enferma y sin alma. Estoy aquí para decir, como Anguita dijo, que HAY QUE PERTURBAR CONCIENCIAS, REMOVER CEREBROS, HACER PENSAR, AUNQUE DUELA. AUNQUE MOLESTE. AUNQUE TE TACHEN DE LOCO, DE EXAGERADO, DE INCÓMODO.
Porque como él bien explicó, ser rebelde no es un capricho. ES UNA ACTITUD ANTE LA VIDA.
Una ACTITUD que nace cuando uno mira alrededor y no puede aceptar la mentira, la injusticia, la manipulación.
Una ACTITUD que se asume cuando uno no quiere ser cómplice, ni siquiera con su silencio.
Julio Anguita, desde la izquierda honesta y coherente que representó hasta el final, nos dejó una enseñanza que hoy más que nunca debemos rescatar: no hay transformación posible sin rebeldía. No hay dignidad sin ruptura. No hay libertad sin desobediencia.
Por eso este artículo no es solo un homenaje. Es un acto de continuidad. Porque yo, como otros pocos que aún no hemos sido vencidos, ELIJO LA REBELDÍA.
Hace años que la vengo defendiendo públicamente y ahí están mis no pocos escritos. Pero no una REBELDÍA infantil ni teatral, sino esa que nace del alma, que se alimenta de conciencia y que se expresa, además de con palabras y con coherencia, con ACTOS.
Gracias, Julio Anguita. Por enseñarnos que el rebelde no es el que grita más fuerte, sino el que piensa más hondo.
Por recordarnos que decir NO puede ser el acto más puro de amor a la humanidad.
25 de junio de 2025.

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