¿DÓNDE HA QUEDADO EL HONOR Y LA DIGNIDAD? Aún así, TODAVÍA HAY ESPERANZA, PERO NO EN ELLOS. Por Carlos Garcés.






¿DÓNDE HA QUEDADO EL HONOR Y LA DIGNIDAD? Aún así, TODAVÍA HAY ESPERANZA, PERO NO EN ELLOS. 
Por Carlos Garcés.

Desde muy joven, y gracias a la educación que me dieron mis padres, he sentido un respeto profundo e incondicional por las personas mayores. No como un gesto de cortesía, ni como una pose social, sino como una convicción interior, firme, que me ha acompañado toda la vida. He admirado su experiencia, su memoria, su dignidad. He aprendido de sus palabras, de sus silencios, de sus manos gastadas por el trabajo y el amor.

Por eso me duele, me indigna y me rebela profundamente lo que se ha hecho y se sigue haciendo con los mayores en esta sociedad; arrinconarlos, silenciarlos, empujarlos a la enfermedad, y sí, también asesinarlos. Porque cuando se niega el cuidado, se niega la vida. Porque ya no se les considera útiles, rentables, productivos. Como si el valor de un Ser Humano dependiera de su juventud o de su rendimiento económico.

NO LO ADMITO, NO LO TOLERO Y NO ME CALLO. 

Como he manifestado en multitud de ocasiones, una sociedad que no venera a sus mayores, que no se ocupa de ellos, que no los pone en el lugar que merecen, es una sociedad enferma y sin futuro Una sociedad sin alma. Porque sólo puede haber futuro cuando hay gratitud y reconocimiento. Y sólo se puede progresar desde la conciencia de lo que nos han legado quienes vinieron antes.

Hace unas horas vi un vídeo que he compartido en varias ocasiones en mi blog personal "Senator" y que me conmovió profundamente. Y quise escribir este artículo como respuesta. Como testimonio. Como grito. Como homenaje:

TODAVÍA HAY ESPERANZA… PERO NO EN ELLOS.

En el video que publico se ve pasear un anciano por la calle. Lleva bastón. Es de noche. Nadie lo ve, nadie lo espera. Nadie lo escucha. Tropieza con dos jóvenes que caminan absortos mirando sus móviles. Se le cae el bastón. Al chico se le cae el sombrero. Él lo recoge. El anciano no puede agacharse, pero ellos ya han entrado en una discoteca. Se han olvidado del bastón. Se han olvidado de todo, como tantos otros.

Desde la calle, tras los cristales, el anciano observa. Música ensordecedora. Luces estroboscópicas. Risas vacías. Alcohol. Desnudez. Vulgaridad. Sexo convertido en mercancía. Amor convertido en mueca. Mujeres y hombres entregados a una orgía de ruido, vanidad y pérdida. Y mientras tanto, el anciano mira. Mira con tristeza. Mira con memoria. Mira con dignidad.

Se pregunta qué fue de todos aquellos que murieron por causas nobles. Qué fue de la educación, del respeto, del pudor, de la palabra dada. Qué fue del amor como promesa, no como placer inmediato. Qué fue del orgullo de envejecer con sabiduría. De los padres, de las madres, de los abuelos. Qué fue del honor de cuidar al que te cuidó.

Y entonces, justo cuando parece que todo está perdido, se acerca una niña. Pequeña. Callada. Con los ojos limpios. Recoge el bastón, se lo da al anciano con una sonrisa y echa a correr hacia sus padres. Y ahí, en ese gesto, el anciano vuelve a respirar. Porque hay esperanza. Pero no en ellos. No en los que gobiernan, legislan, y adoctrinan desde sus despachos. No en esa juventud política e institucional, sin distinción de ideologías, que ha aprendido a despreciar todo lo que no les sirve para su propaganda, incluido el pasado, incluidos los mayores.

Son jóvenes con poder, pero sin alma. Jóvenes que no han entendido nada. Que se creen eternos. Que no saben lo que significa mirar con gratitud a quienes les precedieron. Que piensan que los Derechos se inventaron en su generación, que el mundo empezó con ellos. Jóvenes que nunca serán adultos, porque madurar es respetar a los que abrieron camino.

España ha dejado de honrar a sus mayores hace décadas. Ya no hay sitio para ellos en las mesas del poder. Desde VOX hasta PODEMOS pasando por todos los que viven de la política y tienen intereses en ella,  ya no se les escucha, ni se les agradece, ni se les protege. Se les arrincona. Se les empuja a la soledad, al silencio, a la invisibilidad. Se legisla contra su memoria, se ridiculiza su legado, se les manda al rincón del olvido con la hipocresía de una pensión y un aplauso televisado. Porque el movimiento se demuestra andando y no hablando.

Pero no todo está perdido. Porque todavía hay niños que recogen bastones. Todavía hay gestos que devuelven la esperanza. No porque la política cambie. Sino porque la conciencia despierta y esa conciencia en España hoy solo la conocen las que están alejados de la política y no tienen intereses en ella. Y en esos pequeños actos, donde nadie graba, ni aplaude, ni rentabiliza, hay más verdad que en todos los discursos juntos.

Sí, el futuro existe. Pero no lo traen ellos.

Lo traen los que aún saben lo que es la gratitud.


Carlos Garcés.
22 de junio de 2025.














"SENATOR". Carlos Garcés.

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