JUAN MANUEL DE PRADA
Historietas guarras.
"Mucho más grave que la conducta sexual del archivillano Errejón nos parece dar pábulo a historietas guarras de señoritas despechadas
Siguen brotando como setas historietas guarras de señoras o señoritas que acusan al archivillano Errejón de conductas sexuales sórdidas. ¿Por qué tenemos que tragarnos estas bazofias? ¿Acaso el archivillano ponía una pistola en el pecho a estas señoras o señoritas para meterlas en la cama? ¿Las chantajeaba o amenaza- ba, tal vez, con daños y calamidades?
Entre la marea de acusaciones anónimas sólo una de estas señoras o señoritas ha denunciado en comisaría ¡con tres años de retraso! al archivillano. Se trata de una actriz tan ilustre como Sarah Bernhardt que, pese a hallarse por entonces casada, mantuvo conversaciones por redes sociales con Errejón durante un año, en las que imaginamos que discutirian apasionadamente sobre las concepcio- nes políticas de Platón y Aristóteles. Así hasta que finalmente decidieron conocerse e ir juntos en taxi a una fiesta. Entonces, sin mayores preámbulos, el archivillano impuso a nuestra Sarah Bernhardt au- tóctona unas reglas psicopáticas que no se le ocu- rririan ni a Charles Manson en plena borrachera de anisete. Ninguna mujer en su sano juicio habría permanecido ni un segundo más en ese taxí; pero nuestra intrépida Sarah Bernhardt decidió «guardar silencio». Una vez en la fiesta, el archivillano metió a Sarah Bernhardt en una habitación, la magreó y lamió desconsideradamente, le arrancó el sujetador y. puesto en faena, se sacó el «miembro viril», que imaginamos henchido de platonismo; todo ello para horror de Sarah Bernhardt, quien sin embargo accedió misteriosamente a montarse acto seguido con el archivillano en otro taxi rumbo a su piso, por las ganas irreprimibles de discutir con él las concepciones políticas de Platón y Aristóteles. Mientras se hallaban en el taxi, Sarah Bernhardt re- cibió una llamada de su padre, quien angustiado le refirió que la hijita de apenas un año de nuestra ilustre actriz padecía una repentina fiebre de cuaren- ta grados. A Sarah Bernhardt le estremeció entonces que el archivillano no se preocupase en absoluto por el acceso febril de su hijita; le estremeció tantísimo que se olvidó de marchar escopetada a atenderla y prefirió acudir al piso del archivillano... quien, en el colmo de la desfachatez, en lugar de ha- blarle de Platón o Aristóteles, empezó otra vez a lamerla y magrearla. Sarah Bernhardt quedó tan traumatizada después de aquel encuentro que, en las semanas sucesivas, siguió celebrando las bromas tuiteras del archivillano.
A una denuncia tan chusca y rocambolesca (donde, además, la denunciante se revela trepa desa- prensiva y madre desnaturalizada) se han dedica- do los principales titulares de periódicos y noticia- rios. Mucho más grave que la conducta sexual del archivillano Errejón nos parece dar pábulo a histo- rietas guarras de señoras o señoritas despechadas, aunque sean tan ilustres como Sarah Bernhardt. La prensa digna de tal nombre no puede convertirse en letrina de morbosidades venéreas, mucho menos en desaguadero del despecho."
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