La valentía
Si uno no tiene valentía, no puede dársela a sí mismo.
Con esta frase, Manzoni esboza una profunda verdad del alma humana: si no tenemos valentía, no podemos imponernos tenerla.
Se tiene valentía o no se tiene.
No todos somos iguales y no a todos se nos pide el mismo valor.
El grave problema surge cuando las personas que no tienen valentía, en lugar de reconocer su propia naturaleza, pretenden enseñar a los demás cómo hacer las cosas, pretenden enseñar. Hasta el punto de definir el no tener valentía como una virtud, definida de otras maneras, como la racionalidad, el mito del hombre mesurado, el que nunca toma partido y aparentemente siempre concilia, el que siempre tiene una actitud positiva.
Hasta el punto de acusar a los que tienen valentía de extremismo, de presunción, de ser divisivos, sentenciosos, de no trabajar por la unidad.
¿En qué momento empezó el hombre a condenar la valentía y a denunciar su falta revistiéndola de otros nombres?
Una de las causas del mal de este tiempo radica precisamente en la pretensión de los no valientes de ponerse en la cátedra, de marcar el paso, de dar lecciones a los que tienen más valentía que ellos. Frente a los cuales deberían hablar como Don Abundio y admitir que no tienen valentía.
Los que carecen de valor tienen como primer instinto la conservación de sus posiciones. Tener valor significa saber salir de uno mismo.
En una sociedad justa y tradicional hay cabida para todos, incluso para los que no son valientes. Pero no están en primera fila.
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