Sobre la psicología de los negacionistas de la conspiración - Tim Foyle
¿Por qué existen personas perfectamente inteligentes, reflexivas y racionales que se oponen a la sugerencia de que unos sociópatas están conspirando para manipularlos y engañarlos? ¿Y por qué defienden con tanta vehemencia esta posición infundada?
La historia ha catalogado las maquinaciones de mentirosos, ladrones, matones, narcisistas... así como sus efectos devastadores. También en la época actual abundan pruebas de corrupciones y fraudes extraordinarios.
Sabemos, sin lugar a dudas, que los políticos mienten y ocultan sus contactos y vinculaciones, y que las empresas muestran habitualmente un desprecio absoluto por las normas morales.
Sabemos que la corrupción nos rodea. Sabemos que las puertas giratorias entre las esferas empresarial y política, el sistema de grupos de presión, los reguladores corruptos, los medios de comunicación y el poder judicial hacen que las infracciones prácticamente nunca se lleven ante nada que se parezca ni siquiera remotamente a la justicia.
Sabemos que la prensa hace ruidos ocasionales sobre estos asuntos, pero nunca los persigue con verdadero vigor. Sabemos que en los servicios de inteligencia y en las fuerzas del orden es habitual que se cometan infracciones a una escala impresionante y que, de nuevo, nunca se hace justicia.
Sabemos que los gobiernos ignoran o pisotean repetidamente los derechos del pueblo, y que abusan y maltratan activamente al pueblo.
Nada de esto es controvertido. Entonces, ¿qué es exactamente lo que los negacionistas de la conspiración se niegan a reconocer con tanto fervor, rectitud y condescendencia? ¿Por qué, en contra de todas las evidencias, defienden con sorna y desprecio la desmoronada ilusión de que "los grandes y buenos" están ahí arriba, en alguna parte, lo tienen todo controlado, sólo tienen en cuenta nuestros mejores intereses, y son escrupulosos, sensatos y sinceros? ¿Que la prensa está al servicio del pueblo y de la verdad, y no de los sinvergüenzas? ¿Que las injusticias, una tras otra, sólo son fruto de errores y descuidos, y nunca de esa temible palabra: conspiración? ¿Qué persona razonable seguiría habitando un mundo de fantasía como éste?
El punto de desacuerdo aquí es sólo en la cuestión de la magnitud. Alguien que sienta verdadera curiosidad por los planes de los sociópatas poderosos no limitará el alcance de su curiosidad a, por ejemplo, una corporación, o una nación. ¿Por qué haría tal cosa? Esa persona asume que los mismos patrones que se muestran a nivel local probablemente se encuentren en toda la cadena jerárquica del poder.
Pero el negacionista de la conspiración insiste en que esto es absurdo. ¿Por qué?
El niño pequeño deposita una confianza innata en aquellos con los que se encuentra, una confianza que, en su mayor parte, está esencialmente justificada. El niño no podría sobrevivir de otro modo.
En una sociedad sana y saludable, este profundo instinto evolucionan a medida que la psique se desarrolla. A medida que la conciencia de sí mismo, las capacidades cognitivas y de razonamiento y el escepticismo evolucionan en el individuo, este impulso innato de confianza sigue entendiéndose como una necesidad central de la psique. Existen sistemas de creencias compartidas para evolucionar y desarrollar conscientemente este impulso infantil con el fin de colocar esta fe en algún lugar de forma consciente: en valores y creencias de significado y valor duraderos para la sociedad, el individuo o, idealmente, ambos.
¿Qué ocurre cuando perdura en nosotros una necesidad infantil que nunca ha evolucionado más allá de su función original de supervivencia, de confiar en aquellos individuos de nuestro entorno que son, simplemente, los más poderosos, los más presentes y activos? ¿Cuando nunca hemos explorado de verdad nuestra propia psique y nos hemos interrogado profundamente sobre lo que realmente creemos y por qué?
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