El mundo rural
El mundo rural, salvo rarísimas bolsas de supervivencia, ya no existe en Occidente.
En general, la mecanización de los cultivos, la industrialización de la ganadería y la globalización económica han destruido la civilización rural, que se basaba en un delicado equilibrio de economía de subsistencia, solidaridad comunitaria y un rígido sistema social feudal, todo ello dentro de una cultura peculiar que fusionaba catolicismo y herencia precristiana, sentido de la identidad y auténtico parroquialismo.
En esencia, el campo es hoy un suburbio cultivado de la ciudad. El agricultor (cuando no es un jornalero explotado, otro producto de la globalización) es un empresario que culturalmente no se diferencia de cualquier otro actor del proceso económico.
El regreso al campo de los ciudadanos (a menudo muy acomodados) cansados de la ciudad, que los medios de comunicación siguen presentando como un fenómeno positivo de huida de la vida inhumana de las urbes, no son más que el trágico intento de reconstruir un horizonte que ya no existe, el regreso de quienes pueden permitírselo a un mundo al que ya no es posible devolver la inocencia, porque el tipo humano y la cultura que lo sustentaban se han extinguido, devorados por el mercado.
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