La teoría de la estupidez.
PorDietrich Bonhoeffer.
https://es.wikipedia.org/wiki/Dietrich_Bonhoeffer
La estupidez es un enemigo del bien más peligroso que la malicia. Se puede protestar contra el mal, se puede denunciar, se puede impedir por la fuerza si es necesario, el mal siempre lleva el germen de la autodestrucción en cuanto que deja al menos una sensación de malestar en el hombre. Estamos indefensos ante la estupidez. Ni las protestas ni la violencia pueden conseguir nada aquí; las razones no sirven; los hechos que contradicen los propios prejuicios simplemente no hay que creerlos -en tales casos, los estúpidos llegan incluso a ser críticos- y, si son inevitables, simplemente pueden dejarse de lado como casos individuales sin sentido. Al mismo tiempo, a diferencia del malvado, el estúpido está completamente satisfecho de sí mismo; es más, incluso se vuelve peligroso al pasar al ataque de forma fácilmente irritable. Por lo tanto, hay que tener más cuidado con los estúpidos que con los malvados. Nunca más intentaremos convencer a los estúpidos con razones; es inútil y peligroso.
Para saber cómo hacer frente a la estupidez, debemos tratar de comprender su naturaleza. De lo que no cabe duda es de que no se trata esencialmente de un defecto intelectual, sino humano. Hay personas intelectualmente extraordinariamente ágiles que son estúpidas, y personas intelectualmente muy lentas que son cualquier cosa menos estúpidas. Hacemos este descubrimiento para nuestra sorpresa con ocasión de determinadas situaciones. Tenemos la impresión no tanto de que la estupidez sea un defecto innato como de que, en determinadas circunstancias, la gente se vuelve estúpida o se deja volver estúpida. Además, observamos que las personas que viven en reclusión y soledad muestran este defecto con menos frecuencia que las personas y grupos de personas que tienden a socializar o están condenados. Así pues, la estupidez parece ser quizá menos un problema psicológico que sociológico. Es una forma especial de la influencia de las circunstancias históricas sobre el hombre, un concomitante psicológico de ciertas condiciones externas. Una mirada más atenta muestra que todo fuerte desarrollo externo del poder, ya sea político o religioso, golpea de estupidez a una gran parte del pueblo. Sí, parece como si se tratara de una ley sociológico-psicológica. El poder de unos necesita la estupidez de otros.
El proceso no consiste en que ciertas facultades del hombre -por ejemplo, las intelectuales- se atrofien o fallen repentinamente, sino en que, bajo la impresión abrumadora del desarrollo del poder, el hombre se vea despojado de su independencia interior y que ahora -de forma más o menos inconsciente- renuncie a encontrar su propio comportamiento ante las situaciones resultantes de la vida. El hecho de que el estúpido sea a menudo testarudo no debe ocultar que no es independiente. Cuando hablas con él, casi puedes sentir que no estás tratando con él, con él personalmente, sino con eslóganes, consignas, etc. que se han hecho poderosos a través de él. Está hechizado, cegado, abusado, maltratado en su propio ser. Habiéndose convertido así en un instrumento sin voluntad, el estúpido será también capaz de todo mal y, al mismo tiempo, incapaz de reconocerlo como mal. Aquí reside el peligro de un abuso diabólico. De este modo, las personas pueden arruinarse para siempre.
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