Desgarrador relato que escribí hace unos años. Sobre el AMOR. Por el Dr. Rafael Gazo..



Por el Dr. Rafael Gazo.

"Desgarrador relato que escribí hace unos años...

Relato verídico y emotivo con el que fui finalista en 2014 del 2º Premio de relato breve y ensayo de la FUNDACIÓN UNIR Forma parte de los que describo en mi libro como vivencias profesionales.

MORIR DOS VECES
Antes de empezar con esta historia real, decirles que pedí permiso para contarla a la principal protagonista, me lo dio sin problemas.
Son las ocho de la noche y suena el teléfono, una voz con acento extranjero pregunta por uno de mis pacientes; está en su casa a punto de cenar con su esposa y uno de sus hijos. La voz le informa de que Nacho, su otro hijo, ha tenido un accidente en un rio de montaña haciendo piragüismo. Efectivamente Nacho había salido unos días antes a participar en Suiza, en una carrera de piraguas de alta montaña. El chico, muy deportista y aventurero, ya lo había hecho en más ocasiones dentro del Pirineo Aragonés, aunque esta era la primera vez que lo hacía en el extranjero. Pertenecía a un club de deporte de aventura, y por poco dinero, varios compañeros y él mismo, se habían apuntado a un descenso en piragua de un rio de montaña en Suiza.
La fatalidad hizo que la piragua zozobrase en un rápido, y la cabeza del chico, protegida por el casco, quedase encajada entre dos rocas. Cuando consiguieron llegar a él, llevaba bastantes minutos debajo del agua, un agua muy fría que ayudó a que la anoxia que sufrió durante tanto tiempo no fuese definitiva. Nada más sacarlo del agua le intentaron reanimar, cosa que consiguieron en parte, el chico seguía respirando pero ya nunca recuperaría la consciencia. Nacho, terminó ese día ingresado en un la UCI de un Hospital. Sus padres, se desplazaron en su coche desde Zaragoza hasta aquél Hospital de Suiza sin saber a ciencia cierta la gravedad de lo sucedido. Cuando pasó el accidente casi nadie tenía móvil y la enfermera que les avisó, no pudo explicarles, o no quiso en ese momento, la gravedad de la situación clínica de su hijo.
Muchas veces, pasado ya bastante tiempo de lo que les cuento, he imaginado lo que tuvieron que sufrir esos padres, a los que llegué a coger bastante cariño, (recíproco por otra parte) durante aquél terrible viaje. La vida tiene momentos esplendorosos y otros especialmente terribles e inimaginables, aquellas interminables horas conduciendo más de mil kilómetros sin saber qué había sido de su hijo, aún temiendo lo peor, pertenecían a esos momentos tan duros, que a veces te hacen plantearte si merece la pena nacer.
Cuando llegaron al Hospital, agotados, se enfrentaron a la horrible noticia de que su hijo estaba en coma al haber sufrido lesiones cerebrales irreversibles.
Cuando yo conocí a Nacho y a sus padres, el chico llevaba más de cinco años en “coma vigil”; este tipo especial de estado comatoso sumerge al paciente en la absoluta inconsciencia pero dando la sensación de que en el fondo está despierto, abre los ojos, se mueve, pero es imposible comunicarse de ninguna manera con él. Tampoco es capaz de comer, por perder el reflejo de la deglución. Nacho llevaba una sonda de gastrostomía, en el abdomen, una sonda muy fina por la que sus padres introducían el alimento con unas jeringuillas adecuadas. La primera vez que lo vi, al agregarse a mi cupo de Médico de Familia, lo hice acompañado de mi enfermera; me dejó impresionado de tal manera, que no puede dormir bien aquella noche. Me apenaba la situación del chaval, de unos 24 años, pero sobre todo no podía apartar de mi mente la cara de sus pobres padres. Tras un largo periplo por varios hospitales, dónde no les dieron ninguna esperanza y les dijeron que los pacientes en la situación de su hijo no solían sobrevivir más de uno o dos años, ellos llevaban cuidándolo en casa, más de tres. El Estado, lo que llamamos “Estado del bienestar” a veces es injusto con muchas situaciones. Estos padres no tenían ningún apoyo económico extra para poder cuidar mejor a su hijo. La madre había tenido que dejar de trabajar para poder atenderlo las 24 horas del día, por lo que además la economía familiar se estaba resintiendo terriblemente.

Aquel día que vi por primera vez a Nacho, comprendí una vez más lo que significa la palabra “AMOR”, con mayúsculas. No es posible imaginar una escena más llena de amor y de tragedia; al verla te invadía una sensación de terrible lástima pero al mismo tiempo de una enorme admiración.
El pobre muchacho con los ojos abiertos miraba al infinito. Estaba semisentado en una cama convenientemente preparada con su colchón antiescaras que se inflaba y desinflaba de manera rítmica. La madre al vernos, como haría ya en lo sucesivo, se esforzaba en explicarnos la horrible y triste situación, pero de manera resignada y paciente. El sufrimiento de ver a tu hijo adolescente convertido en una imagen de sí mismo, pero sin vida consciente, es tan inimaginablemente espantoso, que yo por mucho que me esforzaba, no podía ponerme en su lugar. Nos contaron con todo detalle lo sucedido y el periplo que llevaban desde entonces, y aún se me hizo más insufrible la situación. Poco podíamos hacer, ni mi enfermera ni yo mismo, para ayudarles; ellos sabían mucho más que nosotros. En todos los años de profesión, más de treinta entonces, nunca había visto, ni lo he vuelto a ver, un cuadro como aquél. Hubiera sido mejor para esos pobres padres que Nacho hubiese permanecido unos minutos más sumergido en aquellas aguas heladas. El destino de cada persona y de cada familia a veces se fragua por detalles insignificantes, ese destino les había dado una terrible patada y ellos estaban respondiendo de una manera maravillosa; con AMOR, con un amor infinito.
Como es natural visité, a veces solo y a veces con mi enfermera, en bastantes ocasiones a la familia. Al final, perdí el miedo y terminé saludando al chico y hablando con él, nunca fijó la mirada y por supuesto nunca me contestó. Tampoco noté, a pesar de los argumentos de la madre, que el muchacho respondiese a la luz, al ruido o a cualquier estímulo, pero no la quise en modo alguno llevar la contraria. Comprendí a lo largo de los muchos meses que les visité, que la madre tenía alguna esperanza de que su hijo algún día se fuera a recuperar. El padre, que mostraba la misma dedicación en cuidarlo que su esposa, me miraba de manera cómplice para que no la sacara del todo del error, pero al mismo tiempo me sugería que alimentara un poco sus esperanzas, cosa harto difícil.
Cuando sales de un domicilio donde ves tanto dolor y al mismo tiempo tanta dedicación y amor, te das cuenta de que las personas somos únicas, que somos frágiles como la más frágil porcelana, pero al mismo tiempo duras como el diamante. Te asombras de lo ridículo que resulta a veces, las pequeñas preocupaciones que nos embargan y nos impiden ser felices.
Los meses pasaban y solíamos ir de vez en cuando a verlos. En los Centros de Salud, se programan avisos domiciliarios para los pacientes crónicos, y nos propusimos tanto mi enfermera como yo pasar a verlos cada quince días. Vimos deteriorarse progresivamente a Nacho, cada vez estaba más delgado y sus articulaciones más rígidas. El deterioro llegó a tal extremo, que sus miembros permanecían rígidos, su cuerpo, al levantarlo para hacerle la cama, no se doblaba y pesaba tan poco, que el padre lo mantenía en brazos sin problemas. Estaba claro que la alimentación por aquella pequeña sonda era incapaz de mantener su peso. Ese tipo de alimentación está pensada para cortos periodos de tiempo, y Nacho llevaba más de 5 años con ella.
Las visitas sobre todo cuando yo iba solo, siempre terminaban en el pequeño salón de la casa. La pobre madre que no llegaba a los cincuenta, me contaba sus angustias y pensamientos. Yo intentaba animarla como buenamente podía, y la emoción y el sentimiento de lástima hacia ella se mezclaban con una profunda admiración. En una de las visitas, sentados en el salón, le cogí la mano y la pobre mujer comenzó a llorar. En esos momentos, que en el transcurso de mi profesión surgen a veces, me olvido de mi papel como médico y asumo más el de amigo; la abracé y creo que hasta la besé.

Me dijo: “Ay, Rafa, (ya tenía la suficiente confianza como para llamarme así), mi Nacho se me va a morir dos veces.” Nunca una frase ha contenido tal inmensa carga de verdad como aquella. La entendía perfectamente y no pude contestarle, tenía toda la razón. Dentro de poco tiempo su hijo dejaría definitivamente de existir y por fin descansaría.
Esos padres sufrieron dos veces la muerte de su hijo (a las pocas semanas el chico falleció), y por fin ellos también pudieron en cierto modo relajar un poco sus espíritus torturados.
Con el tiempo les he visto mucho menos, pero cuando lo hago intento escudriñar en sus ojos, sobre todo en los de ella, su estado de ánimo. Creo que su hijo permanece cada minuto con ellos, y se han acostumbrado al dolor, pero yo sigo sin poder hacerme cargo del mismo.
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El mayor valor universal, que poseemos los humanos, es el AMOR. El amor nos ayuda a soportar incluso las situaciones más impensables, ese amor de entrega absoluta, de generosidad ha existido y existirá siempre, y es lo que nos tiene que dar esperanza para nuestro torturado mundo."

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