El anteambulo.


¿Cuántas veces hemos visto a personas serviles, auténticos lacayos ponerse a las órdenes de los así llamados poderosos y acabar, al final, haciendo el ridículo? Bien, pues son personajes que ya existían en la antigua Roma y se les llamaba “anteambulo”, que significa literalmente “aquel que camina por delante”. 

En la vida real, el “anteambulo” solía ser un esclavo o un liberto que, por la calle, caminaba delante de su amo (o de su patrón, si era un liberto) y le abría literalmente paso por la muchedumbre, si era necesario incluso a empujones y codazos, gritando «fate locum domino meo» (abran paso a mi amo). 

Tenemos constancia de esta figura en la obra de Suetonio, Marcial, Juvenal y Plinio el Joven. 

El caso es que a veces el “anteambulo” se esmeraba tanto que daba lugar a situaciones embarazosas, como podemos leer en una epístola de Plinio (Ep. 3.14, 7.).

El abogado, magistrado y escritor romano nos cuenta una anécdota cuyo protagonista es un tal Larcio Macedón, ex juez, hombre altivo e intransigente, sobre todo con sus esclavos. El hombre estaba paseando por las termas, en Roma, precedido por su “anteambulo” que, ni corto ni perezoso, tuvo el valor de pretender que un caballero, un exponente de la prestigiosa Clase Ecuestre, le cediera el paso a su amo, y le rozó una mano. Este último, airado, se dio la vuelta de pronto y abofeteó no el siervo, el responsable de la ofensa, sino a su amo, el pobre Larcio: algo que lo hirió en el honor, además de dolerle. Curiosamente, Larcio Macedón años después halló la muerte en las termas (las de su mansión en Formia) a manos de sus esclavos quienes, cansados del trato inhumano que les daba su amo, lo mataron de una forma especialmente cruel.

Traducido del italiano por Alice Croce Ortega 

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