Historia del Santuario de San Juan de la Peña - Real Hermandad de San Juan de la Peña.

Historia del Santuario de San Juan de la Peña - Real Hermandad de San Juan de la Peña

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Introducción

Sabemos que todos los miembros de la Hermandad son buenos conocedores de la trayectoria histórica del Monasterio, pero tampoco está de más rememorarla brevemente. Es por ello que se ha considerado conveniente incluir un pequeño texto de Ana Isabel Lapeña, buena conocedora del centro por los estudios que ha realizado en los últimos años, que nos permitan recordar algunos de los valores más notables de San Juan de la Peña.

Los aspectos más destacados de San Juan de la Peña

Las siguientes líneas no son, ni pretender ser, una historia de San Juan de la Peña. Simplemente se han tratado de resaltar los aspectos más sobresalientes de este Monasterio aragonés en muy diversos aspectos para así poder valorar mejor la importancia de este más que notable centro. La limitación espacial me impide tratar otros aspectos en los que este cenobio sobresalió.

San Juan de la Peña, un emplazamiento Singular

Es lo primero que destaca en este singular Monasterio, a más de mil metros de altura, una orientación norte y, sobre todo, bajo la gran roca que le cobija. No quiero decir que sea único, ya que se conocen otros con una ubicación similar fuera y dentro de Aragón. Aunque, efectivamente, se encuentran otros ejemplos en distintos lugares, debe resaltarse que todos ellos fueron pequeños centros religiosos, muy lejos del tamaño y grandiosidad de San Juan de la Peña.

El volumen de construcciones que allí existieron fue enorme, aunque en la actualidad sólo ha quedado una pequeña parte de las mismas.

Pero están plenamente documentadas las diversas estancias básicas en cualquier Monasterio.

Hacia 1025, pasado ya el peligro musulmán, el rey pamplonés Sancho Garcés III había empezado a reorganizar desde el punto de vista religioso los territorios que dominaba. Una de sus pretensiones era la renovación monástica de sus tierras, pero en esta ocasión de unas pocas aunque grandes abadías, al igual que en el resto de Europa, donde se siguiera la gran regla de San Benito de Nursia.

Poco más tarde, en 1028, está perfectamente documentado que en San Juan de la Peña se había implantado esta regla benedictina. Y tras el de la Peña, esta normativa se extendió por la actual Navarra, la Rioja y Castilla. Era, por tanto, el primer gran paso para acomodar a los Monasterios hispanos al resto de Europa después de siglos de desconexión. A partir de aquí la historia monástica peninsular cambió por completo. Se había abierto una nueva página.

Los pequeños Monasterios altoaragoneses (Cillas, Navasal, Cercito, Fuenfría, Ortoliello, etc). se fueron integrando en San Juan de la Peña a lo largo de los siglos XI y XII, por donaciones reales y particulares, contribuyendo a que el centro pinatense se convirtiera en el mayor Monasterio del Viejo Aragón.

Comenzaba también la desaparición de los llamados Monasterios familiares creados por laicos y frecuentemente dirigidos por éstos, en los cuales, en buen número de ocasiones, sus miembros vivían alejados de una vida religiosa adecuada.

Si la adopción de la regla de San Benito en San Juan de la Peña marcaba el principio de una etapa inédita, aún iba a haber otra fecha más que permite la afirmación de que el de la Peña fue un auténtico pionero en los cambios de la iglesia española en el siglo XI. Y esta fecha fue 1071.

Hasta entonces se seguía el rito litúrgico mozárabe en la misa. Toda la España cristiana lo utilizaba.

Esto iba a cambiar el día 22 de marzo de 1071, y precisamente en San Juan de la Peña. El rey Sancho Ramírez, en su intento de abrir su reino a las pautas occidentales, consiguió que el viejo rito, mal visto por el Papado, desapareciera de sus dominios, primero en San Juan de la Peña y San Victorián de Sobrarbe; poco después, en el resto de las iglesias y Monasterios aragoneses. Con resistencias en algunos casos, pero el cambio era ya inevitable.

Por fin, primero la iglesia aragonesa y después toda la hispana, seguía las pautas papales en este aspecto y el cambio, fundamental, empezó en San Juan de la Peña.

Debe insistirse en que dos hechos trascendentales en la historia eclesiástica peninsular, como la implantación de la regla benedictina y la adopción del rito romano, se habían iniciado en el Monasterio aragonés de San Juan de la Peña.

El escritorio pinatense

Estampa tan tópica como real es la de imaginar a los monjes medievales escribiendo pergaminos.

Y es que, efectivamente, en los centros monásticos uno de los trabajos habituales fue el de la escritura.

Pocos escritorios medievales aragoneses han tenido la importancia del pinatense por la cantidad de su producción, por su calidad y por sus falsificaciones y manipulaciones documentales. Numerosas manos copiaron códices, decoraron libros sagrados y trabajaron en miles de pergaminos.

Entre todos destacan de manera especial las siguientes obras: El Libro Gótico, cartulario básico para conocer la historia de nuestros primeros reyes aragoneses; el Libro de San Voto que es en realidad una obra compuesta por restos de otros manuscritos de diversas épocas; el denominado Libro de los Privilegios, una recopilación de fines del siglo XVI que recoge numerosas donaciones y prerrogativas recibidas por San Juan a lo largo de la Edad Media; la Biblia de San Juan de la Peña, auténtica joya del siglo XI, con decoraciones de dos estilos artísticos diferentes, el mozárabe y el románico.

Pero también se escribieron miles de documentos y otros numerosos códices que se conservan en diversos archivos. Están, además, los pleitos que sostuvo el de la Peña a lo largo de toda su historia.

Por ello, la documentación sanjuanista se vio sometida a todo tipo de manipulaciones interesadas y falsificaciones totales con el objeto de demostrar sus derechos, justificar sus posesiones y conseguir unas mayores propiedades.

San Juan de la Peña, monumento a la muerte y museo epigráfico

La muerte estaba omnipresente en la mentalidad del hombre medieval. Se llevaba una vida difícil en lucha constante contra los enemigos y los elementos de la naturaleza. Por eso, se dio gran importancia a la idea de la muerte en la Edad Media. Y ese ámbito es otro de los aspectos que se destacan en San Juan de la Peña que es un gran monumento a la muerte, un inmenso panteón.

Los archivos del centro contuvieron cientos de documentos en los que los otorgantes entregaban total o parcialmente sus propiedades a cambio de ser enterrados en el recinto monástico. Incluso se dispuso en bastantes ocasiones que, en el caso de fallecer lejos de San Juan, el cadáver fuera llevado hasta allí.

Después del Claustro de Roda de Isábena, el de la Peña es el lugar aragonés con mayor número de inscripciones epigráficas, con más de sesenta. Las paredes del edificio están llenas de epígrafes que pueden clasificarse principalmente en dos grandes apartados: Las inscripciones necrológicas y las sepulcrales.

Los monjes, al pasear por el recinto, evocaban en sus oraciones a todos estos difuntos. Como he dicho el Monasterio fue un inmenso osario medieval del cual han quedado testimonios.

El propio panteón de nobles fue el lugar de enterramiento, principalmente, de notables familias de los siglos XI al XIII. Se trata de una excelente muestra de la escultura funeraria medieval. Y por otra parte en el panteón de reyes reposaron los restos de Ramiro I, de Sancho Ramírez y de Pedro I. También los hijos, mujeres y familiares más cercanos de estos primeros monarcas aragoneses fueron custodiados entre estas paredes.

Las principales muestras artísticas de San Juan de la Peña

El Monasterio bajo es el resultado constructivo de distintos momentos, en diferentes niveles, según las diversas necesidades y conforme a los diferentes gustos y técnicas de cada época. Todo ello condicionado por la gran roca que le cobija y le da nombre. San Juan de la Peña es un buen ejemplo de numerosos estilos artísticos.

Pocos restos prerrománicos han pervivido en Aragón y, desde luego, los más importantes están en la pequeña iglesia subterránea, datable en el siglo X, fecha que conecta perfectamente con los primeros datos históricos de que se disponen sobre un Monasterio de San Juan, sin más, ya en el año 928, antecesor del San Juan de la Peña que se fundó en el primer cuarto del siglo XI.

El estilo más representado es el románico internacional que, en esta zona, suele
denominarse jaqués, que se utilizó entre los siglos XI al XIII. En relación a la arquitectura románica destaca la llamada iglesia alta, consagrada a fines de 1094. Si consideramos la pintura románica, en San Juan pueden contemplarse algunas escenas del martirio de los santos Cosme y Damián, una de las pocas que en Aragón pueden contemplarse "in situ", frescos que, por otra parte, demuestran las conexiones artísticas con Francia.

Pero sobre todo es la escultura románica la que ha dejado su huella más importante. Ya se ha comentado el importante conjunto del panteón de nobles con la notable decoración de las lápidas, pero falta aludir al impresionante Claustro cobijado de lleno por la gran roca que da nombre al centro.

Allí se muestra con esplendor uno de los más interesantes trabajos escultóricos de todo Aragón.

La mayor parte de lo conservado es obra de un taller, denominado convencionalmente como Maestro de San Juan de la Peña, con unas peculiares formas de trabajar.

Pero los tiempos del románico pasaron y llegó un nuevo estilo artístico. La capilla de San Victorián, construida entre 1426 y 1433 es una espléndida muestra de la última etapa del gótico, construida como lugar de enterramientos abaciales.

Obras renacentistas no han quedado, aunque sí las hubo, por lo que debemos pasar al barroco, el estilo que triunfó en los siglos XVII y durante la primera mitad del siglo XVIII. En el Monasterio bajo ha quedado la capilla de San Voto, pero sobre todo es el Monasterio alto, que se levantó en la pradera, el que fue edificado bajo las características barrocas.

Y desde fines del siglo XVII, la falta de habitabilidad del Monasterio bajo por diversas
circunstancias (humedades, incendios, ruina de estancias, etc.) obligaron a la comunidad a trasladarse hasta la cercana Pradera de San Indalecio donde se empezó a levantar un gran Monasterio barroco para cobijar a los monjes pinatenses en las últimas décadas de la existencia de esta comunidad. Lamentablemente, las circunstancias históricas del siglo XIX, tales como la Guerra de Independencia y la Desamortización de Mendizabal, hicieron que se perdieran retablos, sillería del coro, relicarios, objetos y ropas litúrgicos y todo lo demás.

Desde la construcción del Monasterio alto, el de abajo ya no se habitó, aunque no por ello dejó de ser centro de atención artística. En la segunda mitad del siglo XVIII se realizó en él una obra artística digna de mención. Se trata del panteón de reyes de estilo neoclásico. Resulta un recinto sorprendente, primero por estar incluido en un edificio plenamente medieval con el que contrasta vivamente.

Segundo, porque hay pocas obras neoclásicas en Aragón y, sobre todo, porque para su realización intervinieron los mejores artistas del momento. El valioso patrocinio del rey Carlos debió venir por la presión del Xº conde de Aranda. Este personaje de importancia capital estaba íntimamente unido a Aragón y San Juan de la Peña, hasta el punto de que dispuso en su testamento que, desde donde falleciera, su cuerpo fuera llevado hasta el Monasterio de la Peña para su descanso eterno. Don Pedro Pablo Abarca de Bolea tuvo que mover el ánimo de Carlos III para ofrecer un digno recinto a los restos de sus antepasados del siglo XI.

San Juan de la Peña, mecenas artístico

Un papel poco valorado, y no demasiado estudiado, es la faceta del Monasterio como financiador de auténticas joyas del arte medieval aragonés. Este centro tuvo numerosas iglesias en bastantes localidades aragonesas y, por tanto, era de responsabilidad sanjuanista todo lo concerniente a las edificaciones y al mantenimiento.

La documentación atestigua diversos casos en los que el de la Peña renunció a cobrar ciertos ingresos para que, con ese dinero, se construyeran diversas iglesias. Así, se puede afirmar que de las arcas pinatenses salió el dinero para las pinturas de Bagüés, uno de los conjuntos pictóricos románicos más importantes de Europa, o el tímpano de Botaya, las iglesias románicas de Luna y la espléndida torre de Tauste, una auténtica joya del estilo mudéjar. Y esto por solo citar unos pocos casos.

San Juan de la Peña, escenario de algunas leyendas y tradiciones

Hay una historia de San Juan de la Peña que puede calificarse como "auténtica" y que se ha podido desentrañar con el estudio minucioso de sus documentos, pero también hay un San Juan de la Peña "legendario", mejor dicho, escenario de leyendas y tradiciones. Algunas son muy conocidas y otras lo son menos. Una de las más arraigadas es la del joven Voto que, tras despeñarse en el curso de una cacería, se salvó milagrosamente gracias a la intercesión de San Juan Bautista al que invocó en una caída que le podía provocar la muerte.

Otra tradición intenta explicar el paso de San Juan de la Peña como lugar de refugio de anacoretas a comunidad monástica. Después de la conquista musulmana de Aragón entre el año 714 y 721, unos trescientos guerreros cristianos, mal equipados y cansados, se refugiaron en la cueva donde vivían los eremitas Voto y su hermano Félix, más otros dos, de nombre Benedicto y Marcelo. En este lugar repusieron sus fuerzas, curaron sus heridas y pensaron en hacer frente a los enemigos islámicos. Para organizarse mejor, decidieron celebrar una asamblea y, en el transcurso de la misma, elegir un primer rey. La legendaria elección recayó en García Jiménez que más tarde conquistó la localidad de Ainsa, convirtiéndola en capital de Sobrarbe. Y como agradecimiento a los eremitas que les habían acogido, mandó construir en la cueva un Monasterio donde implantó la regla de San Benito y en el que pasaron a vivir los monjes. Autores como La Ripa recogieron esta leyenda.

El gran dominio patrimonial de San Juan de la Peña

Grandes posesiones formaron parte del dominio que administró el Monasterio a lo largo de sus siglos de existencia. Especialmente importantes fueron las que se adquirieron mediante donaciones de todo tipo hechas por la monarquía y por numerosos pequeños propietarios que por diferentes motivos fueron cediendo sus más o menos grandes posesiones. Las compras y las permutas conformaron el amplio patrimonio que llegó a incluir posesiones en la actual provincia de Vizcaya, en lugares tales como Mundaca o Gaztelugache, cerca de Bermeo, hasta las cercanías de la ciudad de Teruel como puntos más alejados, pero sobre todo en la comarca jacetana, las Cinco Villas, en diversos lugares de Navarra y Guipúzcoa, etc. En el siglo XI, e incluso en buena parte del XII, puede afirmarse con total seguridad que San Juan de la Peña fue el principal Monasterio aragonés en cuanto al número y extensión de sus predios.

Luego, otros centros fueron los receptores principales de los favores reales y particulares.

Y para finalizar debo recordar que en las líneas anteriores sólo he intentado, y espero haber conseguido, subrayar algunos de los aspectos más singulares de este sin par Monasterio aragonés de San Juan de la Peña. Muchos otros temas podrían destacarse de este centro, pero quedan para otro momento.



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