No existe ni ha existido nunca una enfermedad pandémica provocada por un coronavirus llamado SARS-CoV-2; es más, ni siquiera está demostrada su existencia y, por tanto, sus supuestas «variantes».
No existe ni ha existido nunca una enfermedad pandémica provocada por un coronavirus llamado SARS-CoV-2; es más, ni siquiera está demostrada su existencia y, por tanto, sus supuestas «variantes». Y lo peor es que incluso si existiera ese coronavirus todas las medidas políticas y sanitarias adoptadas en los dos últimos años -mascarillas, confinamientos, distancia social, “pasaporte Covid”, fármacos y vacunas- han carecido -y carecen- de sentido. Se trata simplemente de un gigantesco montaje que lleva años preparándose, la inmensa mayoría de la sociedad se ha creído y forma parte del intento de imponer un Nuevo Orden Mundial. La Covid-19 ha sido solo la «llave» para poner en marcha el Gran Reinicio o Gran Reseteo que quiere acabar con los sistemas democráticos y obligar a la gente a aceptar lo que llaman la «nueva normalidad».
La farsa de la Covid-19 — DSalud, Número 255 - Enero 2022
Texto:
https://www.dsalud.com/reportaje/la-farsa-de-la-covid-19/
La farsa de la Covid-19 — DSalud
50-64 minutes
No
existe ni ha existido nunca una enfermedad pandémica provocada por un
coronavirus llamado SARS-CoV-2; es
más, ni siquiera está demostrada su existencia y, por tanto, sus supuestas
«variantes». Y lo peor es que incluso si existiera ese coronavirus todas las
medidas políticas y sanitarias adoptadas en los dos últimos años -mascarillas,
confinamientos, distancia social, “pasaporte Covid”, fármacos y vacunas- han
carecido -y carecen- de sentido. Se trata simplemente de un gigantesco montaje
que lleva años preparándose, la inmensa mayoría de la sociedad se ha creído y
forma parte del intento de imponer un Nuevo
Orden Mundial. La Covid-19 ha
sido solo la «llave» para poner en marcha el Gran Reinicio o Gran Reseteo que
quiere acabar con los sistemas democráticos y obligar a la gente a aceptar lo
que llaman la «nueva normalidad». Lo explicamos en un artículo dedicado a ello
en este mismo número de la revista que fue, por cierto, la primera publicación
del mundo en denunciar la farsa de forma global documentándolo rigurosa y
extensamente. Veamos pues un breve resumen esquemático de lo que hemos
publicado recordando que quien quiera leer toda la información -un centenar de
reportajes y numerosas noticias- deberá suscribirse a nuestra web –www.dsalud.com– ya que a partir del 1 de
enero de 2022 todo su contenido será
accesible solo para los suscriptores. Resta añadir que este breve resumen
corresponde básicamente a las noticias y reportajes elaborados -entre otros-
por nuestros compañeros Antonio Muro, Jesús García Blanca y quien esto firma
por lo que algunos de los párrafos son textuales.
Seamos claros y concisos: la Covid-19, presunta enfermedad pandémica achacada a un supuesto
coronavirus denominado SARS-CoV-2, es
una completa farsa y estas son las razones:
1)
¡No existe ni ha existido nunca una pandemia!
El Fondo de Población
de las Naciones Unidas aseveraba a 8 de diciembre de 2021 que en el mundo
había registrados 266.504.411 «casos»
de Covid-19 y habrían fallecido por
su causa 5.268.849 personas (https://www.unfpa.org/es/data /world-population-dashboard).
Pues bien, como en la Tierra hay según ese mismo organismo 7.875 millones de
habitantes se habría infectado el 3,38%
y muerto el 0,066%. En pocas palabras, tras casi dos años de supuesta pandemia el 96,62% de la población no se ha
«infectado» y el 99,93% ha sobrevivido a tan «peligrosísimo virus».
Eso aceptando que las cifras oficiales sean reales cuando
ni eso es verdad porque cuando se habla de «casos confirmados» de contagio lo
que se está reflejando es cuántas personas han dado «positivo» a los test y la fiabilidad de estos es NULA como hemos explicado ampliamente
en varias ocasiones y luego comentaremos.
Y cuando se habla de muertos «por» Covid-19 se está reflejando cuántas personas dieron positivo a los
test tras fallecer y eso lo que indicaría
-en el supuesto de que fueran creíbles, que no lo son- es que murieron «con»
Covid y no «por» Covid. De hecho la inmensa mayoría de los poco más de cinco
millones de fallecidos que se achacan al SARS-CoV-2
eran personas de más de 70-80 años que padecían simultáneamente varias
«enfermedades», estaban polimedicadas y su sistema inmune se encontraba muy
deteriorado. Todo profesional de la Medicina sabe que solo hay una manera
aceptable de saber de qué ha muerto alguien y es haciéndole una autopsia.
Pretender que alguien ha muerto «por» Covid-19
solo porque dio positivo a un test de antígenos o a una PCR es una
auténtica burla, una tomadura de pelo que solo fue posible porque las autopsias
las desaconsejó/prohibió de forma
expresa desde el principio la Organización
Mundial de la Salud (OMS) alegando -demagógica y falsamente- la «peligrosidad»
de ese acto ante el asombro -expresado públicamente- de multitud de patólogos.
Todo indica pues que la OMS prohibió
las autopsias en el mundo precisamente para poder alegar que todos los que
dieron positivo a los test murieron por Covid-19
y nadie pudiera cuestionarlo mediante análisis forenses. Es más, no consta que
se haya encontrado el virus en cadáver alguno y se haya cultivado para
comprobar su patogenicidad.
En resumen, ni siquiera admitiendo las cifras oficiales de
supuestos «contagiados» y «muertos por» Covid puede afirmarse que existe en el
mundo un peligroso coronavirus que ha provocado una pandemia porque oficialmente -insistimos- la supervivencia es del ¡99,93%!
2)
Con la antigua definición la Covid-19
no habría podido considerarse una enfermedad pandémica.
La Covid-19 fue
declarada una enfermedad pandémica por la OMS
el 11 de marzo de 2020 -el 30 de enero ya la había considerado «una emergencia de salud pública de
preocupación internacional«- y fue posible porque once años antes -en mayo
de 2009- ese organismo decidió cambiar los criterios para declarar una pandemia
y así imponer más fácilmente sus propuestas y medidas a los gobiernos, algo que
sugiere que esta «pandemia» lleva muchos años planificándose.
De hecho la OMS
ya había alertado en apenas unas décadas del peligro de muy distintos virus: el
VIH al que se achaca el SIDA, el Aphthovirus al que se achaca la fiebre
aftosa, el SARS-CoV al que se culpa
del Síndrome Respiratorio Agudo Severo, el
H5N1 que se supone dio lugar a la
«gripe aviar», el Virus H1N1/09
Pandémico que
dicen causó en humanos la supuesta pandemia de gripe A, el MERS-CoV al que se achacó el Síndrome
Respiratorio de Oriente Medio, el virus del ébola y el virus Zika. Sin olvidar a los
«re-contra-súper-peligrosísimos» priones que “obligaron” a ejecutar a decenas
de millones de vacas.
Tales «alertas sanitarias» fueron igualmente una farsa -el
tiempo lo demostró- y si la sociedad las asumió es porque ingenuamente creía -y
aún cree- que la OMS es un organismo
científico, riguroso, serio y fiable ignorando que hoy está controlada por un
pequeño grupo de personas, entidades y empresas que se autocalifican de
altruistas y filantrópicas y son las que proporcionan el 82% de su presupuesto (los estados solo aportan ya a la OMS el 18%). Entidades
filantrocapitalistas entre las que están la Fundación
Bill y Melinda Gates, la Alianza GAVI
-que también controlan los Gates y en la que trabajó el actual Director General
de la OMS
Tedros Adhanom
Ghebreyesus-, TEPHINET -red de
intervención en programas de entrenamiento en Epidemiología y Salud Pública
creada en 1980 por la propia OMS pero
controlada por Bill Gates al ser el
principal «donante»-, la Agencia de
Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID por sus siglas en inglés) y el Epidemics Intelligence Service (EIS), división especial de los Centros para el Control de las Enfermedades
(CDC) de Estados Unidos que cuenta con unos dos mil agentes en puestos
claves de los servicios de salud y otros departamentos estatales, agencias
internacionales, escuelas, universidades e instituciones privadas
estadounidenses así como de organismos de muchos otros países, incluida España
en la que influye primordialmente desde el Instituto
de Salud Carlos III de Madrid creado en 1986.
Y es que Bill Gates lleva tres décadas creando una tupida
red de organizaciones sanitarias que controla tanto mediante inversiones como
haciendo “donaciones” y su intención -confesada públicamente- es inocular
vacunas a toda la población del planeta “por
su bien” y de ahí que promoviera la llamada Agenda de Inmunización 2030 de la OMS (https://www.who.int/immunization/IA2030_draft_4_WHA_SP.pdf).
Obviamente la farsa de la Covid-19 no hubiera sido posible sin la estudiada escenografía que
tuvo lugar en todo el mundo con clara implicación de organizaciones
internacionales, gobiernos, parlamentos, partidos políticos, sindicatos,
colegios de médicos, enfermeros, farmacéuticos y biólogos, sociedades
«científicas», periodistas, fuerzas de seguridad del estado y otros colectivos
cuyos responsables o son unos ignorantes o cómplices directos que saben y
apoyan el verdadero objetivo de todo este gigantesco tinglado. Destacando muy
especialmente en él los más importantes medios de comunicación del mundo porque
son los que controlan el 95% de la información del planeta y pertenecen a los mismos grupos
de poder. Quien piense que las grandes cadenas de televisión, radio y
prensa del mundo son independientes, objetivas y ecuánimes ¡vive en la más
completa inopia!
3)
La existencia del supuesto SARS-CoV-2
ni siquiera está demostrada.
Lo llevamos denunciando desde que empezó
la farsa y las razones son éstas:
1)
No hay un solo trabajo riguroso publicado que
demuestre que el presuntoSARS-CoV-2 ha
sido aislado, purificado y secuenciado por lo que su existencia sigue sin
demostrarse. En su día pedimos directamente a varios responsables de la OMS y otras instituciones las pruebas de
ello y siempre nos remitieron al trabajo del propio equipo chino que aseguró
haberlo aislado y secuenciado cuando en realidad nunca ha dado a conocer en
detalle su trabajo.
2)
Se han publicado micrografías que aseguran ser
del virus pero no prueban nadapor sí mismas ya que para validarlas deben ir
acompañadas de los experimentos y manipulaciones que permitieron obtenerlas
indicando en ellas a qué trabajo pertenecen. Micrografías, por cierto, cuya
similitud con las de otros supuestos virus es bien patente.
3)
En los meses siguientes aparecieron decenas de
miles de grupos queaseguraron haber obtenido el ARN del SARS-CoV-2. Según un documento técnico de la OMS publicado en noviembre de 2020 se habían puesto ya a
disposición pública 180.000 supuestos
genomas del SARS-CoV-2. Sin
embargo, lo que realmente hicieron fue detectar cierto ARN utilizando técnicas
genéticas como la PCR. Se limitaron pues a asumir que la secuencia de ARN del
equipo chino era correcta y ver si los test lo «detectaban» en las muestras.
4)
Recordemos que China comunicó a la OMS el 31 de diciembre de 2019 que
había detectado “casos de neumonía de
etiología desconocida en Wuhan” entre el 12 y 29 de ese mes. Habían dado
todos «positivo» a distintos virus asociados a enfermedades respiratorias pero
apenas una semana después -el 7 de eneroachacaron todos los casos a “un nuevo
coronavirus” que además ¡habían logrado aislar! Una rapidez inusitada poco
creíble porque la mayoría de los virus presuntamente patógenos conocidos que se
dice existen ni siquiera han sido aislados y secuenciados ¡a día de hoy!
5)
Se olvida interesadamente que los virus son casi
indistinguibles de las partículascelulares de desecho y de los exosomas,
microvesículas celulares que producen nuestras células cuando se estresan
debido a la presencia de sustancias tóxicas, radiaciones electromagnéticas,
infecciones y reacciones defensivas del sistema inmune.
6)
¿Cómo pueden creerse los médicos, microbiólogos
y virólogos que en lasúltimas semanas de 2022 hayan podido aislarse y
secuenciarse tantas “nuevas cepas” del presunto SARS-CoV-2? ¿Se ha logrado en tan poco tiempo cuando siguen sin
aislarse y secuenciarse virus que oficialmente llevan décadas contagiando?
Incluso tienen la osadía de asegurar que ya tienen test para detectar cada una
de las variantes. Es tan ridículo que mueve a risa.
7)
Igualmente mueve a risa aceptar que el supuesto SARS-CoV-2 exista y dos años después
siga sin resolverse la polémica de si es de origen natural -y cuál fue el
hospedador intermedio- o artificial, creado y modificado en laboratorio como
postulan el Premio Nobel Luc Montagnier,
el profesor de la Universidad de Illinois
Francis Boyle o el biólogo
español Máximo Sandín, entre otros.
Claro que ¡ninguno de ellos ha trabajado con el virus! Lo que hizo Montagnier
por ejemplo es comparar la secuencia publicada por los chinos del supuesto ARN
del SARSCoV-2 con otras secuencias
genómicas, entre ellas la que se achaca al presunto VIH que dicen causa el
SIDA. En suma, ninguno de ellos ha aislado el virus y trabajado con él.
En la revista lo hemos explicado detalladamente: el
supuesto SARS-CoV-2 es en realidad un
constructo incapaz de infectar y no un coronavirus. Lo denunciaron ¡en junio de
2020! una treintena de virólogos de los Centros
para la Prevención y el Control de las Enfermedades (CDC) de Estados
Unidos, del Centro de Referencia Mundial
de Virus de la Universidad de Texas
y de otras instituciones estadounidenses en un artículo publicado en Emerging Infectious Diseases (revista
oficial de los CDC); es más,
constataron que la presunta «cepa americana» del SARS-CoV-2 se construyó uniendo fragmentos de unas 400 letras
genéticas mediante un programa de ensamblaje denominado ABySS. Es pues una
construcción artificial especulativa y no real. Y eso explica por qué las
imágenes que se presentan del coronavirus son siempre recreaciones hechas por
dibujantes y programas informáticos o fotografías en las que es imposible
identificar lo que aparece en ellas.
Lea en este mismo número el artículo que publicamos sobre
los recientes trabajos del virólogo alemán Stefan
Lanka en el que queda claro que el SARS-CoV-2
no es un virus real sino un constructo informático, que no se ha secuenciado su
ARN sino que se ha inventado mediante sofisticados programas de ordenador, que
es pues imposible que haya nuevas cepas producidas por mutaciones que a su vez
se hayan secuenciado, que la famosa proteína spike no puede ser una
característica propia, que lo que los test detectan son fragmentos de ARN que
están en muchas células sanas -incluidas las humanas- y de ahí tantos «falsos
positivos» y «falsos negativos», que el inexistente SARS-CoV-2 no puede ser por tanto causa de enfermedad infecciosa
alguna, que las medidas de prevención carecen de sentido porque no hay ninguna
epidemia y que las «vacunas» son por consiguiente una completa estafa.
4) Sobre
las pruebas y test de detección.
Durante meses se afirmó que es posible detectar una
infección por el supuesto SARS-CoV-2
mediante test de antígenos o anticuerpos pero luego se reconoció que carecían
de fiabilidad y se precisaba para «confirmarlo» una RT-PCR (reacción en cadena
de la polimerasa con transcriptasa inversa), técnica considerada oficialmente
hoy “la más fiable” a pesar de que puede dar “falsos positivos” y “falsos
negativos” incluso cuando se ha diseñado correctamente. Los propios Centros para el Control y Prevención de las
Enfermedades (CDC) de Estados Unidos reconocieron pronto sobre esta prueba
-y así lo dieron a conocer en su web- que «los
resultados positivos son indicativos de infección activa con
2019-nCoV pero
no descartan infección bacteriana o coinfección con otros virus«. Y
agregan: «El agente detectado puede no
ser la causa definitiva de la enfermedad”.
De hecho cuando alguien se
hace en España un test de Serología
Covid-19 el laboratorio añade tras el diagnóstico de Negativo a anticuerpos IgG e IgM esta advertencia: «Un resultado NEGATIVO no excluye la
posibilidad de infección por Covid-19. Ante un resultado NEGATIVO y
persistencia de sintomatología clínica se recomienda realizar test
adicionales». Y si el Negativo es
a la RT/PCR de secuencias de los genes víricos ORF1ab y N se dice: «Si a pesar del resultado negativo de la
prueba de RT-PCR usted tiene clínica compatible con infección por Covid-19 es
aconsejable un nuevo análisis, especialmente con otros tipos de muestras, como
las de vías respiratorias bajas».
Lo que el público ignora es que en la RT-PCR apenas se
utilizan unas 200 letras genéticas de las casi 30.000 de un virus. Se usa pues
un pequeñísimo fragmento que representa menos del 0,7% del ARN y sin demostrar
además que las letras utilizadas sean exclusivas del mismo por lo que el test
puede dar positivo y la secuencia detectada pertenecer a otros virus, a
bacterias e incluso ¡al propio genoma humano! ¿Cómo va ser pues una prueba
fiable? Sin embargo, si alguien da hoy “positivo” a ese test se le incluye
entre los “contagiados” y, si muere, en la lista de fallecidos «por» el SARS-CoV-2 aunque en realidad haya
muerto de senectud, ictus, ataque cardíaco, cáncer terminal o cualquier otra
patología.
Se ha obviado además que el propio inventor de la PCR -el
premio Nobel Kary Mullis– manifestó
muchas veces que esa técnica no sirve para diagnosticar y, por tanto, todas las
cifras de presuntos «contagiados» y «muertos por» son falsas.
Hoy se sabe que la inmensa mayoría de los
supuestos muertos achacados a la
Covid-19
fallecieron en realidad por otras causas y que las cifras de presuntos
«contagiados» son una estafa incluso para quienes admiten la utilidad de las
PCR porque casi todas se han realizado con más de 35 ciclos de amplificación y
eso da infinidad de «falsos positivos (se ha denunciado que hasta un 97% lo
serían).
En suma, en el caso de la Covid-19 las cifras sobre
supuestos contagiados y muertos carecen de la más mínima credibilidad. Se
basan en test sin fiabilidad alguna que además, en el caso de la PCR, se manipulan
a voluntad. Cuando la OMS -en
complicidad con los gobiernos y las autoridades sanitarias- quiere que las
cifras de supuestos contagiados y muertos aumenten para justificar algunas de
sus absurdas medidas se ordena a los laboratorios hacer los test a treinta y
tantos ciclos y si quiere que disminuyan que se hagan de 25 a 28 ciclos.
Es más, hemos explicado que los test rápidos de antígenos
han dado positivo a la papaya, al vino tinto, a las colas y a simples refrescos
de manzana y la PCR a tejidos de cabras, ovejas, visones, hurones, conejos,
tigres, gatos y pájaros.
Incluso dio positivo a aguas residuales recogidas mucho antes de la supuesta pandemia. Lo dio a
conocer un equipo de la Universidad de
Barcelona dirigido por el catedrático de Biología y presidente de la Sociedad Española de Virología Albert Bosch explicando que las
muestras se recogieron el 12 marzo de 2019. El descubrimiento puso «patas
arriba» la versión oficial y fue de inmediato criticado con el estúpido e
infantil argumento de que «no se trata de un estudio sometido a revisión por
pares» mientras otros optaron por poner gratuitamente en duda el método y hasta
la profesionalidad de esos investigadores. Tuvieron que callarse cuando un
equipo del Instituto Superior de Sanidad de
Italia dirigido por Lucia Bonadonna
afirmó haber detectado con la PCR el supuesto SARS-CoV-2 en aguas residuales de Milán y Turín obtenidas en
diciembre de 2019, algo que confirmaron luego dos laboratorios diferentes
utilizando métodos distintos. Y es que las mentiras tienen las patas muy
cortas…
5)
Sobre las cifras de contagiados y muertos.
1)
En definitiva, que las autoridades, los
sanitarios y los medios de comunicaciónhablen desde más de hace año y medio de
«infectados» o «contagiados» para referirse a quienes han dado «positivo» a un
test de escasa o nula fiabilidad es una falacia y una intolerable falta de
ética. Como igualmente lo es hablar de muertos «por» en lugar de muertos «con«.
No pueden achacarse al SARS-CoV-2 todas
las muertes de quienes dieron positivo a un test, ni siquiera en el caso de que
fueran fiables porque habría que confirmarlo con biopsias o autopsias y eso ¡no se hace
nunca!
2)
Si los test no son fiables las cifras de
presuntos contagiados y muertos por elSARS-CoV-2
tampoco porque se basan en ellos.
3)
La alarma mundial se basa en la convicción de
que las cifras de contagiados ymuertos son ciertas, creíbles y significativas
cuando volvemos a repetir que eso se basa en la fiabilidad de los test… y en que no
se haya manipulado su recuento. Es
de eso de lo que depende saber si estamos ante una pandemia real o ante una
completa farsa. Llama de hecho la atención que las cifras oficiales de
infectados y muertos que se achacan al SARS-CoV-2
disminuyeran precisamente ¡cuando los gobiernos cambiaron en mitad de la
pandemia los criterios para contabilizar los casos! Y resulta igualmente
clarificador que el número de “infectados” aumentara cuando se realizaban más
test a pesar de que la cifra de enfermos y muertos permanecía constante o
incluso disminuía.
6)
¿Y entonces por qué ha habido “tantos” muertos en estos dos años?
Es la pregunta habitual cuando a alguien se le explica la
verdad pero lo cierto es que no ha
habido tantos muertos aunque la gente se haya tragado ese bulo. Se trata de la mentira más descarada de toda esta farsa.
Ya hemos explicado que según las propias cifras oficiales en estos dos años
habrían fallecido por la Covid-19 -a
8 de diciembre de este año- 5.268.849 personas
y como hay en el planeta 7.875 millones el
porcentaje de muertes sería del 0,066% por
lo que habría sobrevivido el 99,93%. Solo hubo un aumento desproporcionado
de muertes en marzo y abril de 2020 y tienen explicación. Se debió…
…a haber dejado morir sin tratamiento a muchas personas -en
los hospitales, residencias de mayores y domicilios particulares- por falta de
medios, médicos y tratamientos. De hecho se aplazaron o suspendieron -en todo
el mundo- cientos de miles de intervenciones quirúrgicas por muy distintas
causas. Hoy sabemos además que a buena parte de los ancianos que murieron en
las residencias se les sedó «para que fallecieran sin sufrir» en una acción que
muchos expertos consideran una auténtica eutanasia masiva encubierta. Y encima
fallecieron solos y sin permitirles despedirse siquiera de sus familiares y
allegados.
…al gran número de personas infectadas -por todo tipo de
patógenos y no ya por el SARS-CoV-2–
en los propios hospitales. No olvidemos que el pánico generado por la OMS, las autoridades y los medios de
comunicación hizo que los servicios de urgencias, las salas de espera, los
pasillos y hasta las UCI estuvieran abarrotadas de personas sin protección que
convirtieron todos los centros sanitarios en gigantescos focos de infección.
Durante las primeras semanas sobre todo.
…a que numerosas personas murieron por los tratamientos
médicos recibidos. La inexistencia de protocolos eficaces -algo reconocido por
la propia OMS– hizo que los
profesionales sanitarios no supieran exactamente qué hacer y en muchos casos
utilizaron procedimientos que luego se constataron no ya ineficaces -que
también- sino que agravaron el problema llevando a muchos pacientes a la
muerte. Fue cuando se dio orden inmediata de incinerar masivamente los
cadáveres sin permitir autopsias con la peregrina e insostenible excusa de
posibles contagios entre los patólogos.
…a que muchas personas mayores que vivían solas fallecieran
en sus domicilios sin atención porque cuando llamaron para que alguien fuera a
socorrerles nadie acudió. Y a las pocas que pudieron llegar hasta un hospital
se les impidió entrar con todo tipo de excusas enviándolas de nuevo a casa
porque así lo habían «sugerido» las autoridades a fin de «ahorrar material
sanitario», en una actuación no ya negligente sino criminal. Las propias cifras
oficiales corroboran que la mayor parte de las muertes se produjeron al
iniciarse la farsa entre los ancianos, fundamentalmente entre los que vivían en
residencias pero otros muchos en sus propios domicilios.
…a que los cuadros de miedo, ansiedad y depresión que causó
el estado de alerta y las medidas adoptadas hicieron que el sistema inmune de
muchas personas -incluidas algunas jóvenes y sanas pero especialmente las
afectadas por patologías previas graves- se deprimiera provocando
inmunodeficiencias que aceleraron o provocaron su muerte.
7)
Sobre el confinamiento.
La estrategia de frenar el avance de la presunta pandemia
confinando en sus casas a la población fue criticada desde el principio por
expertos de todo el mundo cuyas voces se silenciaron rápidamente. Muchos
profesionales advirtieron desde un punto de vista exclusivamente sanitario que
el «remedio» podía ser peor que la «enfermedad». Para Wolfgang Wodarg por ejemplo, presidente de la
Subcomisión de Salud de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, “la alarma creada en torno al
coronavirus no se basó en ningún peligro médico extraordinario». El Dr. John Ioannidis denunció por su parte que se ofrecieran datos
sesgados que impedían hacer una valoración real de la situación recordando, por
ejemplo, que otros coronavirus considerados «leves» también llevan a la muerte
al 8% de las personas mayores. Y el Dr. Peter
Goetzsche -nada menos que cofundador de Colaboración
Cochrane y autor de varios libros sobre corrupción en el ámbito de la
Medicina- llegó a denunciar que se declarara una pandemia ¡cuando ni siquiera
se sabía si el riesgo de morir por el coronavirus recién descubierto era mayor
que el de una gripe y muchas otras infecciones víricas!
En fin, razones sociales, económicas y psicológicas aparte
la principal crítica al confinamiento es que si se hubiera aislado solo a las
personas «mayores» y enfermas -y aun eso es discutible- el resultado habría
sido el mismo como demuestra el hecho de que el 90% de los afectados y muertos
tiene o tenía más de 70 años. Otros opinan además que el confinamiento ha impedido
que la mayoría de la población se inmunizara naturalmente aumentando mucho el
riesgo de nuevos brotes masivos.
El instigador de los confinamientos fue Neil Ferguson, persona ligada al Imperial College de Londres que a su vez
está financiado por la Fundación Bill y
Melinda Gates. Ferguson ya hizo predicciones catastróficas en relación con
la fiebre aftosa en 2001 asegurando que morirían cientos de miles de personas
si no se sacrificaba a 6 millones de animales y finalmente solo se registraron
177 muertes. Y volvió a hacer lo mismo en 2009 calculando en 65.000 los muertos
por gripe cuando luego no llegaron a quinientos.
8)
Las “vacunas Covid” no son eficaces y pueden hasta llevar a la muerte.
A pesar de tratarse de la falacia más
entendida en el mundo de la Biología y la
Medicina ninguna vacuna
ha demostrado jamás ni su seguridad ni su eficacia. En Discovery DSALUD llevamos 22 años
denunciándolo. Puede comprobarse leyendo el centenar de reportajes que hemos
dedicado a ello -además de numerosas noticias- ya que están agrupados bajo el
epígrafe El grave peligro de las vacunas
de la sección de Reportajes de
nuestra web: www.dsalud.com.
Y eso incluye a las llamadas “vacunas Covid”. No solo no inmunizan –como después de meses de
asegurarlo mintiendo con absoluto descaro ha comprobado ya todo el mundo y
oficialmente se admite- sino que son muy peligrosas porque pueden provocar
hipersensibilidad, dolor, moratón, hinchazón, enrojecimiento, eritema y prurito
en el lugar de la inyección así como fatiga, malestar, febrícula, fiebre,
escalofríos, inflamación, trombos, miocarditis, pericarditis, Síndrome de
Guillain Barré, eritema multiforme, glomerulonefritis (inflamación renal) y
síndrome nefrótico.
Y son solo algunos de los posibles efectos adversos porque
ya explicamos que en las propias fichas técnicas de las vacunas se reconoce que
pueden provocar trastornos del sistema inmune, trastornos de la sangre y del
sistema linfático, trastornos vasculares, trastornos del sistema respiratorio,
torácico y medianístico, trastornos psiquiátricos, trastornos del sistema
nervioso, trastornos gastrointestinales y trastornos musculoesqueléticos y del
tejido conjuntivo. Las dolencias concretas -numerosas- dependen de cada vacuna
y las damos a conocer en un recuadro publicado en el reportaje que con el
título ¿Existen componentes tóxicos no
declarados en las “vacunas Covid”? aparece en este mismo número. En suma,
quienes se vacunan corren el riesgo de sufrir todos esos problemas a muy corto
plazo ¡pero también es los próximos meses o años!
Claro que la verdad les importa un rábano a quienes han
orquestado todo esto. La gente está tan desinformada y aborregada que ni
siquiera reacciona al explicársele -con los propios datos oficiales- que las
vacunas no inmunizan, que los vacunados -incluso con tres dosis- pueden
contagiarse y contagiar, que su inoculación pueden provocarles daños muy graves
e incluso llevarles a la muerte, que es falso que los efectos adversos sean
menores entre los vacunados y que incluso estando vacunados deben seguir llevando
mascarillas (bozales). Se ha llegado al esperpento de hacer creer a la masa que
la culpa de que los vacunados enfermen se debe a los no vacunados y hay pues
que aislarles y obligarles a vacunarse. Y eso que en diciembre de 2021 hay en
los hospitales -porcentualmente- ¡más infectados y
muertos entre los vacunados que entre los no vacunados!
Hemos explicado detalladamente que en el mundo existen tres
grandes sistemas de notificación: el VAERS
(Vaccine Adverse Event Reporting System) estadounidense, el EudraVigilance (European Union Drug
Regulating Authorities Pharmacovigilance) de la Unión Europea -que no de Europa- y el Yellow Card Scheme (Tarjeta Amarilla) de Reino Unido. Pues bien,
estos eran sus últimos datos en el momento de cerrar este número:
1)
El VAERS
reconoce que entre el 14 de diciembre de 2020 y el 10 de diciembre de 2021 las
vacunas provocaron solo en Estados Unidos 20.244 muertes y 965.841 eventos adversos.
2)
EUDRAVigilance
reconoce por su parte que a 16 de diciembre de 2021 las vacunas habían
provocado en los 27 países de la Unión Europea 32.649 muertes y 3.003.296 eventos adversos, de ellos 1.409.643 graves. Sin contar pues las muertes y casos de los otros
23 países del viejo continente. Y,
3)
El Yellow
Card admite que a 16 de diciembre de 2021 en Reino Unido las vacunas habían
producido 1.852 muertes y 404.783 efectos adversos.
En suma, solo en esos 29 países -y hay
194- se reconocen oficialmente 54.745
muertes y 4.373.920 efectos adversos
(la mitad de ellos graves) ¡A CAUSA
DE LAS VACUNAS!
Bueno, pues aún así en España se decidió a
primeros de diciembre de este año
-2021- vacunar a los niños de 5 a 11 años.
Les da igual que según los datos de los
CDC
y del VAERS LOS MENORES DE 12 AÑOS TENGAN 188 VECES
MÁS
PROBABILIDADES DE MORIR POR LAS VACUNAS COVID QUE POR LA
ENFERMEDAD. Como les da igual que el VAERS haya reconocido que solo en los primeros seis meses las
“vacunas Covid” produjeron en Estados Unidos el doble de muertes que todas las
vacunas convencionales administradas en ese país en los treinta años anteriores.
Claro que ya en abril pasado el propio Ministerio de
Sanidad español tuvo la desfachatez de poner en marcha en los medios de
comunicación una campaña con el propagandístico lema de #YomeVacunoSeguro dedicada a convencer a la gente de que las
vacunas son seguras y debía acudir confiadamente a inoculárselas. Es decir,
mintiendo descaradamente a los ciudadanos a los que ni siquiera se les ha
explicado oficialmente que se trata de vacunas experimentales y van a hacer
pues de cobayas humanas. Y se les ha animado a hacerlo violando la legislación
porque la inoculación de una vacuna debe ser prescita por un médico y firmando
el receptor -o su representante legal si son niños o personas impedidasel
correspondiente consentimiento informado. En suma, las autoridades han animado
a la sociedad a vacunarse masivamente sin proporcionarle la información
adecuada y rigurosa que exige la ley, sin explicarles con campañas informativas
los posibles efectos adversos y sin decirles que hay alternativas tanto
preventivas como curativas en caso de enfermar. Es además indignante que se
diga a la ciudadanía que las vacunas inmunizan cuando es radicalmente falso.
Nadie ha demostrado tal cosa por mucha fanfarria estadística que se muestre.
Estar vacunado no es sinónimo de estar inmunizado. De hecho ni los propios
fabricantes de vacunas se atreven a aseverar tamaña falacia en sus fichas
técnicas.
9)
Reacciones adversas a las vacunas para la Covid-19
Las llamadas «vacunas de ARNm» utilizan una secuencia
genética sintética creada en laboratorio para llevar al interior de las células
la orden de producir proteínas espiga (o «proteínas S» por la inicial de la
palabra inglesa Spike) -algo de lo
que se encargan los ribosomas- ya que oficialmente se postula que ésa es la
puerta de entrada que utiliza el supuesto SARS-CoV-2.
¿Con qué objeto? Pues para que al salir fuera esas proteínas las células
inmunitarias las descubran, las consideren extrañas y desarrollen anticuerpos
específicos contra ellas destruyéndolas. Se supone que de ese modo el cuerpo
desarrolla defensas contra cualquier virus que contenga la proteína espiga y
queda «inmunizado».
En pocas palabras, nos presentan la vacuna como si fuera un
dispositivo USB que se inserta en el ordenador (nuestro organismo) con una
aplicación concreta (el ARNm) que no afectará al disco duro (genoma) al
ejecutarse un programa determinado (anticuerpos). Obviamente dando por hecho
que el USB no va a darnos problemas porque tenga un «virus» (informático)
aunque eso no pueda siempre asegurarse. El símil parece convincente y es simple
pero también absolutamente falso porque se está obviando que en nuestras
células existen unas enzimas, las retrotranscriptasas, que son capaces de
convertir el ARN en ADN. La técnica RT-PCR utilizada para diagnosticar a los
afectos de Covid-19 (a pesar de que
su propio creador -el Premio Nobel Kary
Mulis– y los propios prospectos advierten que no sirve para eso) se basa precisamente en la transcripción inversa
de una hebra o cadena de ARN a ADN usando la transcriptasa inversa. Nuestro
organismo tiene pues mecanismos para transformar ARN en ADN usando esas
retrotranscriptasas por lo que afirmar que las vacunas de ARN no pueden alterar
el ADN es mentira
y de hecho hay un estudio científico publicado que así lo demuestra.
En definitiva, las vacunas no son inocuas por mucho que los
grandes medios de manipulación de masas lo repitan una y otra vez. Sus efectos
adversos están reconocidos en las propias fichas técnicas y los hemos
dado a conocer en varios números. Pueden provocar -volvemos a reiterarlo dada
su importancia- trastornos del sistema
inmune, trastornos de la sangre y del sistema linfático, trastornos vasculares,
trastornos del sistema respiratorio, torácico y medianístico, trastornos
psiquiátricos, trastornos del sistema nervioso, trastornos gastrointestinales y
trastornos musculoesqueléticos y del tejido conjuntivo. Es pues una
manipulación vergonzosa que los vacunólogos y sus testaferros en los gobiernos,
los sistemas sanitarios y los grandes medios de comunicación digan que pueden
provocar solo hipersensibilidad, dolor, moratón, hinchazón, enrojecimiento
eritema y prurito en el lugar de la inyección así como fatiga, malestar,
febrícula, fiebre y escalofríos. La que va a inocularse en España a los niños
de 5 a 11 años es la de Comirnaty, es
decir, la de Pfizer/BioNTech que
oficialmente «solo» admite poder provocar dolor en la extremidad, náuseas,
hipersensibilidad, insomnio, cefaleas, parálisis facial periférica aguda,
artralgias, mialgias, linfadenopatía y anafilaxia.
La verdad, sin embargo, es que según la versión oficial
tanto la vacuna de Pfizer/Biontech
como la de Moderna introducirían ARN
mensajeros con capacidad transgénica usando liposomas -gotas submicroscópicas
de grasas (fosfolípidos y similares)- que una vez en el interior de las células
las obligarían a fabricar proteínas “espiga”
para que, al ser detectadas, el sistema inmune produzca anticuerpos contra
ellas y así el organismo quede protegido. Tal es la teoría pero los hechos ya
han demostrado que las vacunas no inmunizan.
Stephanie Seneff
y Greg Nigh -del estadounidense Massachusetts Institute of Technology (MIT)-
publicaron en mayo de este año (2021) en International
Journal of Vaccine Theory, Practice and Research un artículo según el cual
las proteínas espiga que producen las células cuando uno se deja inocular una
vacuna ARNm se unen a los receptores ACE2 de forma permanente y pueden producir
insuficiencia cardíaca, daños en los pulmones, hipertensión pulmonar y derrames
cerebrales además de hacer que las células del sistema inmune se vuelvan
incapaces de distinguir entre células sanas e infectadas lo que disparará las
tormentas de citoquinas afectando a numerosos órganos y tejidos. En resumen,
aseveran que la proteína espiga que las células del cuerpo fabrican al recibir
el ARN de las vacunas de Pfizer y Moderna tienen efectos más nocivos que
la propia proteína espiga del virus. Y aún así se sigue postulando la
vacunación universal.
10)
Sobre la inmunidad de grupo o «inmunidad de rebaño».
Las autoridades políticas y sanitarias de todo el mundo
–con la OMS a la cabezaaseguraron
desde el principio de esta farsa -apoyadas por los grandes medios de
comunicación- que “la única solución” para la Covid-19 eran las vacunas e instaron a los médicos y enfermeros a inocular a personas sanas vacunas experimentales cuya seguridad y eficacia se desconocían. Y el personal
sanitario aceptó tamaño despropósito a pesar de saber que los propios
laboratorios se aseguraron de no poder ser demandados ni tener responsabilidad
por los efectos adversos de las mismas desvelando así la confianza real que
tenían en su inocuidad: ninguna.
Que los sanitarios de todo el mundo aceptaran eso es pues nauseabundo. Y muchos
pueden terminar pagándolo muy caro porque las compañías de seguros médicos
españolas ya han advertido a los representantes de sus colegios que no van a
hacerse cargo ni de su defensa, ni de las posibles indemnizaciones de quienes
sean demandados por inocular las vacunas para la Covid-19.
Recuérdese que para convencer a la gente de que se vacunara
se la aseguró que solo haría falta inocular a un 30% de la población porque eso
bastaría para alcanzar la llamada «inmunidad de rebaño». No fue así y entonces
argumentaron que el porcentaje necesario era del 50%, luego del 70% y más tarde
del 90%. ¿El resultado? No existe inmunidad de rebaño ni con más del 90%. Como
la farsa se desmoronaba alegaron entonces que no inmunizan pero hacen que
quienes se contagian sufran una enfermedad «más leve» cuando no existe ni un
solo trabajo clínico ni epidemiológico que avale tal majadería. Se trató de una
nueva trola que hasta muchos médicos, enfermeros y biólogos se creyeron. Lo
mismo que cuando les dijeron que si las vacunas no funcionan es porque el virus
muta mucho y por eso no son eficaces para las nuevas “variantes”.
Lo hemos dicho innumerables veces: las cifras oficiales no
tienen la más mínima credibilidad. En primer lugar, no todos los países tienen
sistemas de notificación fiable de reacciones adversas a medicamentos y
vacunas. En segundo lugar, hay varios trabajos oficiales publicados y conocidos
que demuestran que en los que sí existe ese sistema no se registra más que el
1% de los casos porque a los profesionales sanitarios -como a los ciudadanos-
se les ha hecho creer que las vacunas son en general inocuas y cuando ven
efectos adversos optan por no relacionarlos con ellas y no notifican nada. En
tercer lugar, no todas las notificaciones se admiten; gran parte se rechazan
con muy variadas excusas. Y en cuarto lugar, no hay manera de comprobar la
veracidad de los datos porque nadie ajeno al organismo que los registra y
procesa tiene acceso a ellos. Por si fuera poco, solo se admite una posible
relación vacuna-efectos adversos (muertes incluidas) si aparecen en los
primeros 21-28 días (depende de los países) cuando está constatado que pueden
aparecer meses e incluso años más tarde. La norma es pues una sinvergonzonada.
En definitiva, los individuos que han promovido toda esta
farsa aseguraron a la población que si la sociedad aceptaba inocularse unas
peligrosas vacunas experimentales no aprobadas –algunas tienen una autorización
temporal- se alcanzaría la “inmunidad de rebaño” ¡y el tiempo ha vuelto a
demostrar –por enésima vez- que mentían!
11)
Sobre la ineficacia y peligrosidad de las mascarillas.
Las mascarillas que se comercializan para el presunto SARS-CoV-2 no protegen de ningún virus.
Ni las «quirúrgicas» ni ninguna otra de las que se han puesto a disposición de
la sociedad. Sirven solo para evitar que la mayor parte de las partículas
procedentes de las fosas nasales y la boca de quien tiene fiebre, habla muy
cerca de alguien (a menos de un metro), tose o estornuda lleguen a otras
personas. Ponérsela pues para evitar el contagio propio es inútil.
Lo mismo que ponérsela si uno está sano y ni tose ni estornuda. Obligar pues a
llevarlas a cientos de millones de personas es una imposición arbitraria,
estúpida, carente de sentido y médicamente injustificable. Además pueden
perjudicar la salud, a veces de forma grave.
Es inaudito que no se haya explicado a la gente que la
mascarilla con los microfiltros más pequeños es la FFP2 (N95 en América), el
diámetro de los mismos es de 0,2 micrómetros o micras (es decir, 200
nanómetros) y que el tamaño estándar de un coronavirus es de 100 nanómetros.
Por tanto, ni siquiera las mejores
mascarillas protegen de un coronavirus ya que en el supuesto de que existieran
serían de inferior tamaño.
Además el presunto SARS-CoV-2 no se transmite por vía
aérea. Lo reconoció oficialmente desde el principio de la farsa la OMS y así
se asevera en su web. Por consiguiente, la posibilidad de que alguien se
contagie de ese coronavirus -suponiendo que existiese, algo que nadie ha
demostrado- caminando por el monte, el campo, la playa, la calle, un
restaurante, un supermercado o una tienda es NULA porque la propia OMS
admite que no permanece en el aire, no
está en el ambiente. Nadie puede pues contagiarse por cruzarse simplemente
con alguien. De hecho se admite oficialmente que para contagiarse uno tiene que
recibir las partículas de alguien que estornuda o tose estando a menos de un
metro y durante como mínimo 15 minutos para que haya suficiente «carga viral».
Que la gente lleve pues mascarillas en los lugares de trabajo, bares,
restaurantes, tiendas, centros comerciales, autobuses, barcos o aviones es
manifiestamente ridículo. Lo repetimos: oficialmente se admite que uno solo se puede contagiar si alguien
enfermo tose o estornuda a nuestro lado nuestro durante al menos 15 minutos.
Y es que se requiere suficiente «carga viral» (cantidad de virus por milímetro
cúbico) para que ello pueda suceder y ¡basta
una sola ráfaga de aire para que no sea así!
¿Cómo es pues posible que la inmensa mayoría de la
población haya aceptado sin protestar ir durante tantos meses con bozales tan
absurdos como ineficaces? ¿Cómo se asume la estupidez de que uno puede
contagiar a alguien si atraviesa un bar, una cafetería o un restaurante pero no
si al llegar a donde va se sienta? ¿Cómo se asume la memez de que si se sientan
cuatro en una mesa para comer no se contagian pero si son cinco o más sí?
Hoy está además constatado que la inmensa mayoría de
quienes se han infectado llevaba mascarilla;
lo han reconocido hasta los Centros para
el Control y Prevención de las Enfermedades (CDC) de Estados Unidos.
Y si grotesco resulta saber que los bozales no sirven de
nada más aún lo es saber que el uso
continuado de mascarillas es peligroso. Además de infecciones bacterianas
en boca y labios se ha comprobado que produce pérdida de energía celular y de
oxígeno en sangre que puede llevar a un debilitamiento continuado y a la
atenuación de los sentidos así como a una marcada deficiencia de la respuesta
inmune. La hipoxia hace caer el pH intracelular con lo que los transportadores
de membrana expulsan iones de lactato e hidrógeno al exterior de las células
provocando la formación de ácido láctico. Es más, lleva a una inhalación
excesiva de dióxido de carbono (CO2) que puede ocasionar mareos, pérdida de
consciencia e, incluso, la muerte
Russell Blaylock,
conocido neurocirujano de la Universidad
Médica de Carolina del Sur (EEUU), comprobó por su parte que la mascarilla
FFP2 puede reducir la oxigenación en sangre hasta en un 20% y hacer perder la
consciencia, algo que ya habría causado accidentes automovilísticos. Y agrega
que el riesgo aumenta exponencialmente en las personas con enfermedad pulmonar
obstructiva crónica, enfisema, fibrosis pulmonar y cáncer de pulmón o que se
hayan sometido a cirugía pulmonar. Deteriora asimismo el sistema inmune al
inhibir la producción de los linfocitos T que son los que -así lo aseveran al
menos los biólogos- combaten principalmente los virus.
Agregaremos que siete médicos españoles, una farmacéutica y
una analista publicaron un trabajo titulado Estudio
observacional descriptivo. Adaptaciones fisiológicas derivadas del uso de las
mascarillas y sus posibles repercusiones en el usuario en el que se
midieron los niveles de oxígeno y dióxido de carbono en el interior de los
distintos tipos de mascarilla que se comercializan -textil, quirúrgica, FFP2 y
FFP3- así como en la sangre de quienes las han llevado largo tiempo y su
conclusión es contundente: todas las mascarillas provocan hipoxia (déficit de oxígeno) e hipercapnia (exceso de CO₂ en
sangre).
Y un grupo de ocho investigadores alemanes del Departamento
de Psicología de la Universidad de
Ciencias Aplicadas FOM de Siegen (Alemania) dirigido por Oliver Hirsch -su trabajo se publicó en
International Journal of Environmental
Research and Public Health-
analizó los datos de 44 trabajos y las evaluaciones de otros 65 y sus
conclusiones son demoledoras. Afirman que tanto las personas sanas como las
enfermas que usan largo tiempo mascarilla pueden ver aumentar en sangre el
nivel de dióxido de carbono y disminuir la saturación de oxígeno, aumentar la
frecuencia cardíaca y la presión arterial, disminuir su capacidad
cardiopulmonar y sufrir disnea, dolor de cabeza, mareos, pérdida de
concentración, somnolencia, disminución de la empatía, picazón, acné, lesiones
e irritación cutáneas, fatiga y agotamiento. Es más, aseguran que a largo plazo
puede dar lugar a un aumento de la presión arterial, arteriosclerosis,
enfermedades coronarias y neurológicas, inmunosupresión y síndrome metabólico.
Y añaden que a nivel celular puede provocar la inducción del factor de
transcripción HIF (factor inducido por hipoxia) aumentando los efectos
inflamatorios y promotores del cáncer además de agravar cuadros clínicos
preexistentes.
12)
La verdadera razón de las mascarillas.
Las mascarillas, tapabocas o bozales, en
suma, no protegen de los coronavirus.
Ya explicamos en su día que lo que se ha
pretendido con ellas es:
–Generar miedo.
Se envía un mensaje inmediato a todo el que contempla una figura humana
irreconocible, un rostro oculto que se acerca y te mira mientras estás
ingresado en un hospital y te hace preguntar si se trata de alguien que te teme
y se protege o de alguien que quiere protegerte porque tiene miedo de
trasmitirte algo maligno. El miedo es irracional y las mascarillas lo perpetúan
y multiplican de forma emocional y descontrolada.
–Conseguir la
sumisión. Las mascarillas dejan claro quién manda y quién obedece.
Materializa la obediencia incluso para aquellos que han buscado un certificado
médico que les exima porque también se han sometido a la autoridad que tiene la
potestad de liberarte de la máscara.
-Reforzar el dogma
de que estamos ante una pandemia. El mero hecho de llevar mascarilla y ver
cómo otros la llevan contribuye a interiorizar la idea del miedo a una
infección, al contagio, al contacto, a la posibilidad de que el mal se
extienda. Refuerza la creencia de que existe un peligroso virus que es la causa
de todo y que nadie asuma que puede haber otra causa.
-Asegurar un
gigantesco negocio. La convicción de que la única manera de salir de esta
«situación» es una vacuna fue introducida de forma reiterada en las mentes de
la población que la terminó asumiendo acríticamente. Fue así como al negocio de
los test, las mascarillas, los termómetros, los guantes, los geles y otros
muchos productos se unió el de las vacunas y fármacos. Por inútiles e
ineficaces que sean, cientos de millones de personas accedieron para así
intentar superar el miedo que se les ha inculcado.
-Provoca
incomunicación, segregación y deshumanización. Es evidente que las mascarillas
contribuyen a incomunicar o dificultar enormemente la comunicación así como a
segregar, apartar y discriminar como apestados a quienes no las usan
contribuyendo más a la deshumanización de la sociedad.
13)
A la ciudadanía se la desinforma y se le miente.
La OMS, las
agencias reguladoras, los gobiernos, las autoridades sanitarias, los colegios
de médicos, biólogos y farmacéuticos y los grandes medios de comunicación
-especialmente las cadenas de televisión- llevan dos años desinformando,
mintiendo y manipulando a la ciudadanía. Se hace creer falazmente que las
vacunas son seguras y eficaces y se oculta que las propias leyes exigen que
cada vacunación la paute por escrito un médico de forma personalizada, que
todos los que vayan a inoculársela deben ser antes ampliamente informados de
sus riesgos potenciales y, por supuesto, que deben firmar previamente el
preceptivo consentimiento informado. Y esa exigencia legal no se está
cumpliendo con nadie por lo que puede hablarse directamente de negligencia criminal.
Se les ha convencido diciéndoles simplemente que deben hacerlo «por su bien» y
porque de lo contrario no podrán viajar, matricularse en centros extranjeros o
ir a un bar de copas o una discoteca. Es decir, se les está chantajeando.
Y todo esto se está haciendo abiertamente por lo que el
silencio cómplice de las autoridades, los profesionales sanitarios, los
periodistas, las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado y los fiscales,
jueces y magistrados es incomprensible. Como igualmente lo es que el Tribunal
Constitucional haya tardado tanto en sentenciar que las medidas adoptadas por
los gobiernos españoles -el nacional y los autonómicos- eran ilegales ya que
ilegal era el estado de alarma bajo el que se amparaban. La pretensión pues de
vacunar de forma masiva a niños y adolescentes -sin necesidad ni justificación
real- y seguir sometiéndoles a la tortura de los bozales y al distanciamiento
social es nauseabunda y demuestra que nuestra aborregada sociedad se ha vuelto
rematadamente loca.
14)
¿Tiene sentido lo que dice la Virología?
Todo lo antedicho en este resumen se basa en los
fundamentos de la Virología y muchas de las explicaciones se enmarcan en un
concreto contexto: los virus existen y son agentes patógenos que pueden
enfermarnos. Pues bien, no podemos -ni debemos- terminar este texto sin
recordar que según el conocido virólogo alemán Stefan Lanka los virus ni son microbios -no son seres vivos-, ni
tienen capacidad infectiva por lo que la Covid-19
no puede haberla causado un coronavirus como el presunto SARS-CoV-2. Y apoya básicamente sus afirmaciones asegurando que la
Virología es una disciplina que carece de fundamento por las siguientes
razones:
1)
Los virólogos asumen que cuando mueren células
in vitro se debe a virusobviando la posibilidad de que sea por inanición y/o
toxicidad, errónea interpretación que se basa en un único artículo publicado en
junio de 1954 por John Franklin Enders
y T. C. Peebles.
2)
Todos los virus se han construido mediante
programas informáticos de manerateórica -artificial- usando los fragmentos de
material genético que quedan al morir las células. Lo que se hace es alinear a
voluntad las secuencias introducidas en el programa hasta construir un genoma
que luego se presenta como el del virus. Y para que no se ponga en duda no se
intenta recrear esa misma cadena genética larga (el supuesto genoma viral) con
el mismo procedimiento pero partiendo de información genética obtenida de una
fuente no infectada.
3)
La alineación que da lugar al supuesto genoma
viral se hace tomando comoreferencia el genoma de otro virus pero resulta que
TODOS los genomas publicados son artificiales, no hay ninguno obtenido por
aislamiento, purificación y secuenciación. Y, obviamente, con esos fragmentos
se puede construir un genoma o varios distintos.
4)
Nunca se ha aislado virus alguno en plantas,
animales o humanos; ni en suspartes ni en sus fluidos. Es pues imposible
comprobar si alguien está realmente infectado por él.
5)
Los virólogos nunca han aislado las supuestas
«partículas virales» quepresentan mediante imágenes tomadas con microscopio
electrónico. Tampoco las han caracterizado bioquímicamente ni han obtenido de
ellas el presunto material genético viral. Nunca han realizado -al menos no lo
han publicado- experimentos de control en los que se demuestre que tras aislar
esas partículas haya en ellas las proteínas “virales” adscritas al virus en
cuestión (por ejemplo las que conformen la cápside del virus).
6)
Los virólogos interpretan como «virus» o
«componentes virales» lo que enrealidad son componentes típicos de células y
tejidos moribundos o las estructuras típicas que se forman cuando se
arremolinan componentes celulares como proteínas, grasas y disolventes. Y
tampoco se hacen experimentos de control realizando el mismo procedimiento pero
con células o tejidos «no infectados» para comprobar si se aparecen también
esas pequeñas burbujas que se interpretan como virus.
7)
Los llamados experimentos de contagio que los
virólogos llevan a cabo parademostrar la transmisibilidad y patogenicidad de
los supuestos virus refutan por sí mismos toda la Virología. Es evidente que en
los experimentos con animales que realizan son los propios experimentos los que
provocan los síntomas que se interpretan como prueba de la existencia y efecto
de los supuestos virus., por supuesto, tampoco se llevan a cabo experimentos de
control consistentes en hacer exactamente lo mismo pero con materiales
esterilizados que se presumen como
no infectados.
En fin, en ciencia hay una regla básica indiscutible: quien
afirma algo debe probarlo de forma clara, comprensible y verificable; lo demás
cae en el terreno de la fe. Sin embargo, muchos virólogos llevan décadas
violando esa ley con sus afirmaciones y actos y de ahí que Stefan Lanka asegure
que está dispuesto a llevar a tales estafadores ante la justicia dada la crisis
en la que por culpa de su falta de ética y principios vive el mundo. Así lo
expresa en el libro Corona: Weiter ins
Chaos oder Chance für ALLE? (Corona: ¿nos sume en el caos o es una oportunidad
para TODOS?).
15)
¿La enfermedad la causa un virus o las radiaciones electromagnéticas de la
telefonía?
El biólogo español especializado en Microbiología Bartomeu Payeras i Cifre -profesor de
Matemáticas, Física y Química–
publicó el 14 de abril de este año un elaborado informe según el cual existe «una clara y estrecha relación entre el
índice de casos de coronavirus y la ubicación de antenas 5G». Dos meses y
medio después -el 30 de junio- publicaría un nuevo trabajo documentado, serio y
riguroso (139 páginas) que sin embargo fue ignorado por nuestras autoridades y
los grandes medios de comunicación que tras dar cuenta inicialmente de él no
volvieron a mencionarlo. Simplemente se silenció. Según nos diría entonces a su
juicio los casos de afectados y muertos que se achacan a la Covid-19 están relacionados sin duda
alguna con las radiaciones electromagnéticas de la tecnología 5G. Pues bien, en
diciembre de 2019 su sospecha la corroboraría el Dr.
José Luis Sevillano,
médico español que trabaja en la población francesa de Tanus cercana a
Toulouse, tras descubrir que muchos vecinos afectos de la sintomatología hoy
considerada característica de la Covid-19
la sufrían antes de declararse la supuesta pandemia y constatar que ¡donde más
enfermos había es donde más antenas de telefonía había!
En enero de 2021 los doctores Beverly Rubik y Robert R.
Brown publicarían un trabajo según el cual las radiofrecuencias de las
comunicaciones inalámbricas -incluidas las microondas y las ondas
milimétricas-, especialmente las emitidas por la tecnología 5G, están sin duda
relacionadas con la Covid-19. El
trabajo se tituló Evidence for a
Connection between COVID-19 and Exposure to Radiofrequency
Radiation from
Wireless Telecommunications Including Microwaves and Millimeter Waves
(Evidencia de la conexión entre la COVID-19 y la exposición a la radiación de
radiofrecuencia de las telecomunicaciones inalámbricas, incluidas las microondas
y las ondas milimétricas), se publicó en OSFPreprints y en él se concluye que las radiofrecuencias -en
particular, las de la tecnología 5G- debilitan el sistema inmune aumentando la
virulencia de la enfermedad. Es más,
afirman que contribuyen a la hipercoagulación, alteran la microcirculación,
reducen los niveles de hemoglobina y eritrocitos exacerbando la hipoxia, causan
inmunosupresión e hiperinflamación, aumentan el estrés oxidativo y la
producción de radicales libres, empeoran las arritmias y los trastornos
cardíacos, exacerban la lesión vascular y el daño orgánico y, además, aumentan
intracelularmente los cationes de calcio (Ca2+).
Cabe añadir que posteriormente el químico
y biólogo español Pablo Campra
Madrid encontró
en varios viales de vacunas 110 objetos micrométricos de los que 8 parecen ser
de grafeno -pudiendo serlo igualmente otros 20- habiendo quienes de ello han
inferido que se está introduciendo a propósito en las personas a través de las
vacunas micropartículas de óxido de grafeno -e incluso otros nanomateriales de
tipo ferromagnético- que tras interactuar con nuestro ADN permitirían emitir y
recibir señales. Incluso hay quienes aseveran que las mismas pueden captarse a
través del bluetooth de un móvil. En el momento de cerrar la revista no estamos
aún en condiciones de valorar seriamente si se trata o no de una posibilidad
real cuyo fin sería el control mediante métodos informáticos de las personas
por lo que no vamos a pronunciarnos.
José
Antonio Campoy
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