"Manos de pianista". Por Merche Carles Candeira.

Relato de la escritora Merche Carles Candeira.


Manos de pianista.

"Después de un viaje de casi cuatro horas había llegado a Barcelona junto a mi vecino Roberto, quien por casualidad, subiendo hace unos días en el ascensor, me había comentado que se tenía que desplazar a la ciudad Condal por un asunto de trabajo.

—¡Anda! ¡Qué casualidad! —le había respondido yo— Estoy planeando ir tres o cuatro días;  acude también mi novio y hemos quedado para pasar una pequeña estancia allí. ¿Sabes? Creo que va en serio y, es posible, que regrese comprometida.

—¿Cuándo te vas? —le pregunté— igual coincidimos.

—Pues seguramente este jueves, es decir, pasado mañana, ¿y tú?

—¡Vaya, vecino! Parece que nos hayamos puesto de acuerdo. También me gustaría ir el jueves para poder aprovechar el fin de semana a tope. Mi chico tiene que volver a su pueblo a más tardar el lunes; no puede dejar la farmacia demasiados días, aunque tiene dos mancebos, ya sabes, los clientes prefieren consultar sus dudas al farmacéutico.

—Te puedo llevar y traer, ¿cómo lo ves? Mira, siempre es bueno viajar en compañía…

—¿De veras? —le respondí— ¡Caray! Roberto, me vendría genial. Lo hablamos, a ver si podemos salir sobre el mediodía de este jueves con destino a Barcelona.

 Ya vestida e ilusionada, después de haber cenado con Roberto, pues mi chico tuvo que atender unos imprevistos y no salió hasta las nueve del pueblo, me dirigí al lugar donde nos habíamos citado. Lo llevaba escrito en una nota para no olvidarme ni del nombre de la coctelería (¡qué bien sonaba! Sería la primera vez que iba a visitar una), ni de la calle. Solo el nombre sería suficiente, al fin y al cabo mi hotel estaba ubicado en la misma zona.

Harry’s Bar: Cócteles a ritmo de piano, 

calle Aribau 143,  esquina con la calle Córcega. L'Eixample izquierdo.

 Miré la nota para memorizarla, tampoco era cuestión de llevarla a la vista. 

—Ya ves —me dije— tienen piano, ¡ufff! ¡Qué gusto ha tenido mi chico! Estoy temblando. Los nervios me pueden jugar una mala pasada, iré a paso corto, solo me faltaba perder el equilibrio y que se me rompiera un tacón, la ocasión merecía la altura de aguja que nunca antes había llevado. Espero que me encuentre atractiva...

—Debo estar cerca, en recepción me lo han aclarado muy bien, por lo que llevo andado, de un momento a otro, veré el local, ¡qué ilusión me hace!

 Allí estaba, en el chaflán de la calle Córcega. Me pareció magnífico, muy glamuroso. Veremos qué tipo de gente frecuenta esta coctelería, espero no desentonar. 

 Me dirigí a la puerta y cuando creí estar abriéndola, alguien salió a mi encuentro.

—Pase, señorita —me dijo un señor uniformado— Supuse que sería el empleado encargado de recibir a los clientes. 

—¿Tiene usted mesa reservada? —me dijeron al llegar al mostrador. 

—¡Claro!—respondí—Mi novio hizo la reserva hace un par de semanas. Estará esperándome. 

—¿A nombre de quién? Por favor.

—De Marcos Reverte —escuché decir detrás de mí— ¡Qué alivio sentí!

—Pasen, señores, tienen la mesa lista —nos dijo el gerente— abriéndonos paso y acomodándonos en nuestros asientos.

 Empezamos a tropezar con las palabras, después de tres meses sin vernos, la magia, por fin planeaba sobre nosotros, teníamos muchas cosas que contar y sobre todo, sentíamos la necesidad de acariciarnos. Nuestras manos entrelazaban los dedos y nuestras miradas reverberaban una explosión de sentimientos.

 La melodía de un pianista nos devolvió a la realidad y, en ese instante, aproveché para observar el local. La entrada había sido tan precipitada que todavía no me había percatado de la decoración de la coctelería.

 Contabilicé una docena de mesas. Era un local con una luz tenue que permitía distinguir al resto de parejas que habían decidido acudir a tomar algún cóctel y deleitarse escuchando las piezas que, tan sutilmente tocaba el pianista. Se llamaba Adolfo, un cartel lo presentaba. Era de mediana edad. De vez en cuando, alguno de los clientes se acercaba a él y le sugería algún tema. Desde la mesa más próxima al pianista se levantó un señor que le susurró algo al oído y, en gesto de complicidad, le dio una palmada en el hombro. Dándole otra palmada a modo de despedida se giró y volvió a sentarse  junto a su pareja. Ella lo recibió con una gran sonrisa. Era una pareja madura; pero muy jovial, seguramente aún no habrían alcanzado la cincuentena. Al momento, comenzó a sonar  una melodía y sentí el regocijo de ambos. ¡La reconocí!, se la había escuchado algunas veces a Frank Sinatra, "La voz": “I’ve got you under my skin”, de un compositor muy conocido, Cole Porter. 

—¡Qué suerte! Llegar casi al doble de mi edad teniendo una pareja que todavía tiene ese tipo de detalles— este pensamiento me produjo un escalofrío. ¿Llegaríamos Marcos y yo al ecuador de nuestras vidas tan ilusionados y tan compenetrados?

 Los observé con curiosidad durante un buen rato, nunca se hacían silencios entre ellos, no dejaban de hablar; debían tener muchas cosas en común y compartirían muchas aficiones. El diálogo fluido es señal de experiencias vividas al alimón, de sueños cumplidos y de una exquisita complicidad.

—¡Alma! —la voz de Marcos me devolvió a la realidad— llevaba buena parte de nuestra cita observando a una pareja, que ni me iba ni me venía. 

—Disculpa, Marcos, estaba pensado que me gustaría acercarme al pianista. Me apetece verle las manos. Desde bien pequeña mi abuela me decía que tengo manos de pianista y ya que gozamos de la presencia de uno, voy a saciar mi curiosidad. ¿Me acompañas? —Su mirada de extrañeza y su falta de complicidad me abrió los ojos —Sabía que iba a dormir en el hotel y no volvería comprometida a casa."

Merche Carles Candeira.


Comentarios

  1. Muchas gracias por publicar mi relato "Manos de pianista" en tu blog, Carlos. Es un lujo.
    Un abrazote

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    1. Gracias a ti Merche por este corto relato lleno de contenido.

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  2. Fenomenal, entretenido y minucioso relato. ¡Enhorabuena, Merche!.

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